lunes, 14 de abril de 2014

Cuando Eros encontró a Baco

A Manuel no le gustaban demasiado las fiestas de los pueblos. No entendía cómo la gente se divertía con algunas costumbres bárbaras que se mantenían en el tiempo. Recordaba aquella ocasión en que acabó en el pilón de la plaza por defender a una chica que no quería bailar con un primate de camisa a cuadros y toscos modales.

Sin embargo, se dejó convencer por su amigo Antonio para ir a los festejos de la vendimia de su pueblo. Ese año celebraban el centenario de unas bodegas y el programa era atractivo: conferencias, documentales, proyecciones sobre el proceso de producción de los caldos, la adoración del vino en las fiestas paganas de la  antigüedad...

Y es que Manuel era un experto en la materia, le producía un gran placer saborear un buen Rioja, buscar y comparar las buenas cosechas. 

Llegaron a aquel pequeño pueblo enclavado en un entorno espectacular. El aroma seco e intenso del vino impregnaba el aire. Como una enorme bodega.
Antonio saludó efusivamente a sus amigos, entre los que se encontraba Lucía, la chica del baile. 

Esa misma tarde se reproducía el proceso de la pisada de la uva. Convertir el fruto en líquido es una transmutación de la naturaleza, un rito ancestral que querían conservar a pesar de las nuevas tecnologías.

Todo el que quisiera probar estaba invitado al lagar de una de las empresas patrocinadoras.
Manuel acudió y descubrió a Lucía, en la cuba de madera, moviéndose al compás del grupo en un ritmo cadencioso y sensual. 

Se sentía como hipnotizado, no sabía si por la visión de la chica o por el efecto de los tintos que había probado.

Cuando acabó la demostración, Lucía se acercó a ellos y le susurró cálidamente a Manuel que esa noche, si quería, podían ir solos a pisar la uva. Le aseguraba que era una experiencia inolvidable.

Achispado como estaba, Manuel acudió a la cita. Lucía abrió la bodega, al parecer de su familia, y entraron. El olor a vino abotargaba los sentidos. Le invitó a descalzarse y trepar por la cuba. Manuel no se resistió. Sentir la masa viscosa bajo sus pies le producía un inmenso placer. Acompasaron sus movimientos al ritmo de la música que provenía de la plaza, en una especie de danza improvisada, con las manos enlazadas. De repente, Lucía se apretó contra él y comenzó a besarle. Manuel no sabía si era un sueño o realidad, pero respondió acariciando a la chica, recorriendo su cuerpo, perdiendo el equilibrio y acabando ambos rodando sobre aquella densa alfombra de color rojo, como si la sangre extraída a la tierra les quisiera absorber. 

El estrépito de los fuegos artificiales que inundaban el cielo de luz y color les hizo volver a la realidad.

Manuel y Lucía se marcharon a casa a cambiarse de ropa antes de que les echaran de menos y sellaron con un beso el final de la aventura. Un beso con sabor afrutado y textura de miel que deja huella perdurable en la boca.

Manuel jamás olvidaría la fiesta de aquel pueblo en que se encontraron Eros y Baco.  

Por Carmen Alba

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