Teresa era terriblemente infeliz en aquella oficina. Papeles para arriba, papeles para abajo…burocracia interminable en un trabajo que le resultaba tedioso. No era la actividad que hubiese querido y no se correspondía para nada en los estudios de Biología que había cursado.
Sin embargo, como era muy responsable procuraba hacer su labor rápido y bien. A pesar de todos sus esfuerzos el jefe siempre la reprendía y le mandaba más y más trabajo, exigiéndole mucho más que al resto de compañeros, por aquello de que a quien más da más se le pide, y María se sentía muy mal por esto.
Además sus compañeros no la apreciaban mucho pues trabajaba demasiado y eso les incomodaba y, además, su carácter tímido y retraído le impedía relacionarse con soltura.
Un día Teresa, harta de tanta represión, se esforzó en trabajar más despacio , y con sorpresa observó que la trataban mejor, hasta había menos broncas, así que al día siguiente trabajó un poco menos y la trataban mejor aún. Ella dedicaba su tiempo en la oficina a escribir, dibujar, imprimir fotos… y nadie le decía nada. Así que, momentáneamente, comenzó a ser un poco más feliz, dedicada a sus aficiones y sin regañinas.
Pero una mañana las cosas dejaron de funcionar. La empresa cambió de director y éste sí que le regañaba por no tener las tareas a tiempo. Acostumbrada a las inmerecidas broncas que recibió del anterior responsable no se atrevía a trabajar con la misma celeridad y eficiencia de antes, así que un buen día el jefe se puso más histérico que nunca reprendiéndola y ella no pudo por menos que romper a llorar intensamente.
A la mañana siguiente encontró la carta de despido encima de su mesa.
¡Ah!, pero ¿querían un final feliz? Mírenlo de este modo. Así Teresa
tuvo todo el tiempo para dedicarse a su arte y quien sabe si no se dedica ahora mismo profesionalmente a ello o encontrar otro trabajo más acorde con su personalidad. Pero eso ya es otra historia…
Por Rosa María Velasco
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