domingo, 27 de abril de 2014

El ascenso

Era un hermoso día de primavera. Por fin se daban las condiciones óptimas para realizar la tan ansiada ruta que, desde hacía tiempo, Pedro les había prometido a sus compañeros de trabajo. 

—Subiremos al techo de Madrid. Será el próximo sábado.                                    

Él se encargaría de todo, no en vano, era un montañero experimentado. Volvió a repasar la ruta.  
                                                                                                    
 —La haremos circular, dividida en tres etapas: la primera, hasta la Laguna de los Pájaros, la segunda y más peligrosa, la subida por la Arista de los Claveles y cumbre de Peñalara, y el último tramo el descenso hasta el aparcamiento.              

Desde que llegó a Madrid era una promesa que se había hecho, como si de una peregrinación se tratara. Se impuso realizar esta subida una vez al año para comprobar su estado físico. Repasó las previsiones meteorológicas para ese día y las recomendaciones de la Federación de Montañismo que no consideraban el mejor momento por el riesgo de hielo en las zonas umbrías.                                  

—Siempre son un poco exagerados en los pronósticos, han de cubrirse las espaldas —y una extraña mueca, parecida a una sonrisa, se dibujó en su rostro. 

Desde el lunes comenzó a dar consignas a sus cinco compañeros, de ellos cuatro chicos y Paca,  para la que estaba pensada la aventura. Les pidió los DNI para federarlos, les informó de vestimenta, calzado y equipamiento a llevar, así como del avituallamiento. Paca, como de costumbre, y con ese despiste que le caracterizaba prometió que en esa semana le daría su carné, y así lo hizo el viernes, casi fuera de horario. Pedro se ofreció  para hacer los trámites en la federación. Ella tenía que ir. A las ocho de la mañana estaban dejando los coches al pie del macizo de Peñalara. No había más que dos utilitarios en el amplio aparcamiento. 

—Mejor, en ocasiones esta ruta se satura de domingueros —les dijo Pedro. 

La mañana era templada, unas nubes altas arrastrada por el viento amenazaban un día ventoso en el que no necesitarían llevar sombreros ni protección solar, lo dejarían en el coche, cuanto menos peso mejor. Pedro encabezaba el grupo y, tras él, Paca y el resto en una disciplinada fila para no salirse del sendera marcado. Fue avanzar no más de veinte minutos y la expresión de admiración se reflejaba en las caras. Aquello era impresionante, la perspectiva era infinita y recortada por múltiples cumbres, riachuelos, silencio…      
             
—Un bonito lugar para morir -les había dicho Pedro. 

Mientras, continuaban exhaustos por el esfuerzo y extasiados por la belleza, sus pulmones se llenaron de aire frío, sus oídos percibían los graznidos de los buitres que los sobrevolaban y su olfato se saturaba del olor a enebro. Alcanzada la Laguna de los Pájaros, se hizo la primera parada. Se quedaron más tiempo del recomendado por el esfuerzo de la subida y para recrearse en el paisaje que les rodeaba. Pedro decidió que dada la gruesa capa de hielo que cubría la Arista de los Claveles, se atarían por seguridad. Dada la torpeza que Paca había demostrado durante el recorrido se decidió que se dividieran en dos grupos de cuerda. En cabeza Pedro con Paca, y a unos metros, guardando la distancia de seguridad, el resto del grupo. La ascensión comenzó, y el segundo grupo quedó un poco más rezagado, la inexperiencia, los grandes bloques de granito que les obligaban a echar las manos al suelo para no resbalar, el vértigo ante la perspectiva de no haber nada más alto que ellos, el viento que les azotaba, las nubes que poco a poco fueron cubriendo el cielo, los buitres volando en círculos como presagio de una desgracia… y Paca se despeñó. Pedro saboreó el placer de ver cómo su cuerpo descendía golpeándose y esbozó una sonrisa de triunfo antes de avisar a sus compañeros de lo sucedido.

“Un fatídico accidente con resultado de muerte se produjo este fin de semana en la sierra de Madrid. Un grupo de amigos pretendían subir a Peñalara  y gracias a la pericia de uno de los montañeros, evitó que la tragedia fuera mayor al decidir que se encordaran en dos grupos”. 

—Tal y como Pedro había planeado, todo quedaría en una imprudencia de excursionistas recogida en los medios de comunicación. Ya tenía el camino despejado para el ascenso a Delegado General en Ginebra que su empresa les había ofrecido a ambos y que ahora tenían que decidir entre la difunda Paca y Paco, el héroe.


  Por Parapeto

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