martes, 22 de abril de 2014

La justicia se sirve a los postres

Dolores suspiró satisfecha cuando leyó la noticia en el periódico y sonrió por primera vez desde hacía tiempo. El mismo que llevaba su hijo atrapado en aquella jaula rodante. Por fin su objetivo se había cumplido, aunque alguien se había encargado de hacerlo por ella.

Evocó aquel fatídico día de mayo en que Juanjo salió a pasear en bicicleta hasta la hora de comer. Era un chico responsable, estudioso, al que le gustaba el deporte. Adoraba a su madre, sobre todo por el coraje que había tenido para criarlo sola, cuando Ramiro, el padre los abandonó, cuando tenía cuatro años, por una colombiana meliflua y de atributos generosos. La misma que al poco tiempo le dejó plantado porque no satisfacía todos sus caprichos. Cuando Ramiro llamó a la puerta de Dolores solicitando volver a empezar una nueva vida, ésta se la abrió para sentarle a la mesa y ponerle delante los papeles del divorcio para que los firmara y se fuera para siempre.

Dolores puso un modesto restaurante al lado de unos estudios de televisión y reputadas oficinas y su fama se extendió tanto que tuvo que ampliar el local. Su clientela se nutría de empleados, actores, periodistas, famosos y aspirantes a famoso que mantenían los programas basura.

Su hijo estaba a punto de licenciarse en Ciencias Empresariales y tenía previsto un contrato en una empresa, pero su destino se desvió aquel día. Cuando la policía la notificó que había sido arrollado por un Opel azul marino que se había dado a la fuga sin socorrerlo, el mundo se le cayó encima. Juanjo viviría, pero postrado en una silla de ruedas. Al poco tiempo, la investigación dio resultados; los propietarios del coche eran un conocido periodista que había saltado a la prensa por sus repetidos escándalos en estado de embriaguez y su amante, una famosilla con mucha silicona y escaso cerebro que mostraba sus miserias en un programa de sobremesa.

La casualidad se mostró cruel: esos personajes eran clientes habituales del restaurante y se habían convertido en los asesinos de su hijo. La sentencia dejó perplejos a todos los que esperaban justicia: al no haberse producido muertes y no haber pruebas concluyentes, una multa y un mes de arresto domiciliario. 

Dolores no podía soportarlo. En su cerebro empezó a germinar el virus de la venganza. Le gustaban las novelas policíacas. Había leído que algunos venenos suministrados en ínfimas dosis durante un prolongado período de tiempo producen la muerte sin dejar rastro. La idea fue tomando forma: siempre se sentaban en la misma mesa, junto a la ventana. Siempre la misma. Caprichos de famosos. Por eso se le ocurrió ir añadiendo a los postres aquella sustancia que había conseguido en la farmacia: una gota cada día. Hasta en eso eran caprichosos: flan con un chorrito de whisky. 

Mientras tanto, los médicos le habían hablado de una  posible operación, complicada, delicada, pero podrían probar.  Se habría una puerta a la esperanza.

El mismo día que les llamaron para hacerle las pruebas en el hospital, leyó la noticia: el presentador del programa y su amante fueron estrangulados en su casa. Todo parecía indicar que se trataba de un robo. 

Ramiro entró en la sala de espera y abrazó llorando a Dolores: alguien tenía que hacerlo. También es mi hijo.

Las encrucijadas del destino son complicadas, pero en este caso la espera mereció la pena…

Por Carmen Alba

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