lunes, 14 de abril de 2014

Aquella noche

Con mi larga melena negra, lisa y brillante, estoy preparada para cumplir mis quince años. Junto a mis familiares y amigos, me encuentro en casa soplando las velas, aunque mi cabeza no está en esté salón.

Abro mis regalos y salgo disparada. Sé perfectamente dónde se encuentra y, simplemente pensar en él, me pone colorada. Cruzo el puente y el aire de los coches que por allí pasan, levantan ligeramente mi vestido corto de color beis y mis zapatos de esparto impiden que pueda ir más deprisa. 

Llego al polideportivo del barrio y allí está, vestido de portero. ¡Dios, cómo me gusta! Me siento en las gradas junto a varios amigos, todos me felicitan, aunque necesito que sea él quien lo haga. Termina el partido y no me creo lo que dice: quiere que subamos a su casa para tomar un trozo de mi tarta.

Me da mucha vergüenza, aunque deseo tanto estar a su lado. Bueno, por lo menos no estamos solos. 

Pasan los segundos, los minutos, las horas y estoy tan a gusto que no me quiero ir. Los demás se marchan, yo me quedo y deseo que esto no termine, me ha costado mucho llegar donde estoy.

Nos sentamos en el sillón del cuarto de estar. Estoy muy cerca de él. Nos miramos. Él sonríe, yo me muero por darle un beso. Coge con su mano mi nuca y acerca su cara a la mía. Ya viene, ya está cerca. Sucede, me da un beso que me sabe a gloria. ¡Cuánto he deseado ese beso! 

¿Volverá a besarme?. Puede que no. Puede que no le guste mi sabor y no me vuelva a besar. 
Madre mía, viene otra vez. Sí que le gusta, me besa con pasión. ¡Que no termine esto, pido que no termine!

Es muy tarde, y tengo que ir a mi casa pero no quiero que se termine, quiero quedarme con él toda la noche y seguir besando esos labios que tanto me gustan. Se tiene que ir a la cama, mañana trabaja, pero yo no me quiero ir. Me quedo sentada en el sillón esperando que algo suceda. Su voz pronuncia mi nombre y me acerco a su habitación. Me tumbo en su cama a su lado, sé que no va a pasar nada aunque lo deseo con todas mis fuerzas.

Empiezo a acariciar su espalda y poco a poco se queda dormido. Madre mía, ahora qué hago. Sigo tumbada a su lado, acariciando su espalda, mirando esa cara que tanto me embelesa y enamorándome más de él. La noche va pasando y me pudo el cansancio. 

Oigo un ruido en la cocina. Es él, se prepara la comida para llevársela al trabajo. Me levanto y me acerco para darle un beso de buenos días. Me embriaga su olor, su mirada es tierna y acaricia mi mejilla suavemente.

Sus palabras se clavan en mi corazón: “Me ha encantado pasar la noche contigo”.

Por Vanesa Martín

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