miércoles, 16 de abril de 2014

Cuerpo a tierra

Era un apasionado de los coches de alta cilindrada, su rugir le hacía estremecer y se sentía como Alejandro Magno sobre la montura de Bucéfalo. Había conseguido ahorrar, de una forma enfermiza, durante los últimos diez años para poder tener el coche de sus sueños. No se había permitido ni una cena extra, ni un espectáculo, ni una novia si eso le suponía gastar más de lo previsto para ese año. Cuando fue al concesionario estaba tan excitado que le propusieron volver al día siguiente a por su Ferrari California. Ni se lo planteaba, había estado esperando diez años, no podía retrasarlo más. Salió como temiendo que aquel sueño se desvaneciera en cualquier momento; agarró con fuerza las riendas y espoleó su cabalgadura. La sensación, inenarrable: era él y el mundo a su alrededor. 

Pero, como sucede con todos los sueños cumplidos, éste también acarreaba una maldición. No podía desarrollar sus trescientos diez kilómetros por hora en la circunvalación, pero tampoco estaba dispuesto a pagar el altísimo precio de un circuito, así que no tenía más opción que jugársela en las carreteras secundarias donde los radares son inexistentes y la vigilancia escasa. Pero un vehículo así pronto se hizo notar. En esa carretera que subía al puerto su presencia era esperada por los chiquillos de los pueblos que se acercaban al arcén a ver pasar el bólido. Claro, que la Guardia Civil de Tráfico tardó muy poco en tener conocimiento del hecho.

— Podemos llegar un acuerdo —me dijo la tercera vez que le di el alto—. Sé que no estáis bien pagados y estos seiscientos euros de sanción pueden ser un buen complemento salarial si haces la vista gorda; prometo pasar a horas más discretas por estas curvas de vértigo.

Lo medité. Había estado preparándome para ser un buen Guardia Civil como lo fue mi padre y lo era mi hermano, para llevar este uniforme con orgullo y terminar mis días en el cuerpo con una hoja de servicios intachable. Lo rechacé, resultaba abominable tan sólo planteármelo. Pasaron unos meses y se planteó el mismo dilema cuando  Alejandro se enfrentaba a perder definitivamente todos los puntos del carné  si no aceptaba ese negocio. 

Me suplicó, me habló de lo importante que era para él ese vehículo, de la cantidad de sacrificios que durante años había tenido que hacer hasta alcanzarlo… y de lo próspero que era para ambos ese trato entre caballeros. 

— Podrás ofrecer a tus hijos eso que tu padre no te pudo dar, podrás ir con  tu señora a cenar a esos restaurantes de moda, y viendo su felicidad  comprenderás que lo estás haciendo bien.

Y lo acepté. No sancioné, no di cuenta a mis superiores, no pedí un cambio de turno…no me opuse al destino y recibía mi “complemento salarial” como un pago más a mis servicios. Se mantuvo así más de tres años, hasta que en una de esas curvas Bucéfalo derrapó y se llevó por delante a una patrulla de compañeros que estaban haciendo guardia. Uno de ellos era mi hermano. Como se recogía en los anales de la historia Alejandro murió joven y Bucéfalo en plena batalla reventado y cuerpo a tierra.

Por Parapeto

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