martes, 15 de abril de 2014

Impecable

—¡Impecable!, dice su madre, con orgullo.

Hoy es un día importante para Gabriela. Tiene muchas posibilidades de conseguir su primer trabajo fijo, como recepcionista de un hotel. Ya superó la primera prueba en una agencia, donde la sometieron a varios exámenes teóricos y prácticos. Fue seleccionada, junto a otras tres chicas.

Cumple de sobra con los requisitos: buena presencia, dominio de dos idiomas, bachiller, menos de 25 años.

Ahora llega la entrevista con el gerente del hotel, quien tiene que decidir cuál de las cuatro es la mejor.

La cita es a las 10: 30 horas. Se levanta a las ocho para prepararse con tranquilidad. Ha calculado media hora de trayecto.

Aunque ya tiene apartada desde la noche anterior la ropa que se pondría, saca del ropero otras prendas. Se las prueba, se mira al espejo, delante, detrás, se las quita. Así varias veces, durante un buen rato, hasta el momento del chillido de su madre “¡aún llegarás tarde!”. 

Se viste al fin con lo que tenía previsto. Se maquilla con discreción, destacando sus rasgos delicados. Le da un tono suave a los labios y cepilla a fondo su larga melena.

Por fin se pone medias finas y zapatos de tacón. Unos pendientes de oro, regalo de sus padres y… lista.

Se mira y remira al espejo, con lupa en los ojos. Se quita una pequeña mota en la falda. Pasa las manos alisándola, por si hubiese otra, invisible a su inspección. Coge el bolso y sale al pasillo.  Da una vuelta en redondo ante su madre.

—¡Impecable! - es el comentario. 

Sale con tiempo de sobra. Coge el autobús que la dejará a trescientos metros del hotel. Va sentada, muy erguida, pensando en la entrevista. Tiene la esperanza de que ésta sea la definitiva. ¡Ha pasado por tantas! 

Se baja del autobús y echa a andar con paso vivo, aunque aún faltan más de veinte minutos. Se sobresalta con el ruido de una moto que pasa raspando la acera y con el grito de “¡tía buena!”.

Sonríe y camina con paso más firme. 

Un poco más adelante observa que hay una obra, con andamios y obreros acarreando materiales. Tiene la tentación de cruzar de acera, por aquella fama de los albañiles con las mujeres que pasan por su lado. Pero desiste y sigue su camino. 
No falla. Cuando pasa por delante de la construcción, los que están en la acera detienen su trabajo y murmuran palabras de admiración; incluso aquellos que trabajan encaramados en el andamio. Gabriela continúa su camino sin mirarlos.  
De pronto, ¡zas! Cae un cubo a sus pies, rozando su ropa y salpicándola entera. Se oyen varias exclamaciones y su grito sobre todas ellas. 
Es un balde con mezcla blanda de cemento. Sus lindos zapatos, sus medias, su ropa, hasta su cara, manchados sin remedio.
—¡No puede ser! ¡Mirad lo que habéis hecho! ¡Brutos, inútiles! – y se echa a llorar.
La rodean todos. Rápidamente aparecen bayetas, toallas, pañuelos; todos intentando limpiarla. Hasta los que estaban arriba han bajado y la rodean.
—¡Perdón, perdón! 
—No sé cómo pudo pasar, señorita.
—¿Cómo cayó, quién tenía el cubo?
Todos hablan, nadie contesta a la pregunta; están avergonzados. No saben qué hacer. Desde el fondo, se acerca el que parece ser el capataz.
—¿Qué pasa aquí? ¿Por qué…?
El hombre ve a la muchacha y mirando a todos, vocifera:
—¡Quién hizo esto, coño!
Los que estaban arriba, en el andamio, se miran atribulados y balbucean posibles causas del desastre. El capataz masculla insultos, amenazas y los manda a sus puestos.
A continuación habla con la muchacha, le dice que llamará a su jefe para saber si el seguro cubre ese accidente. Entonces la chica le cuenta lo que significa para ella este percance.
—¿Cómo me voy a presentar así a la entrevista? Y si no voy tal vez pierda mi oportunidad. 
—La acerco hasta su casa para que se cambie. ¿Hay tiempo? –Gabriela niega con la cabeza, mirando al suelo, a sus pies, a sus piernas. 
—¿Qué puedo hacer por usted?
Tras un breve silencio, Gabriela levanta la cabeza con energía, los ojos brillantes, y pregunta:
—¿Puedo lavarme un poco en algún sitio?, recibiendo por respuesta un –Sí, sí, claro.
—¡Pues vamos allí! Otra cosa: usted me acompañará.

Cuando le toca el turno a Gabriela, el botones del hotel –aún con los ojos muy abiertos y una sonrisa burlona- los hace pasar a los dos. 
Cuando se abre la puerta del despacho del gerente, éste ve entrar a una alta y guapa muchacha, vestida con un mono de trabajo blanco y con tacones, acompañada por un hombre, aparentemente un obrero, con su mono azul algo manchado.

Por Elsa Velasco

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