martes, 6 de noviembre de 2012

Y… el leñador se paró

El día estaba siendo horrible, nada le había salido bien. Cuando llegó a casa, tarde y cansada, él estaba tranquilamente sentado en el salón viendo la televisión. Fue a lavarse las manos para después calentar la comida. Se olvidó de ella hasta que el aroma de quemado inundó la casa. Una voz desde el salón dijo eso de ¿te ayudo? y ella, con sorna, contestó: no, no te preocupes ya me apaño. En efecto, él no se preocupó, y siguió cómodamente disfrutando del relax. El filete, que sustituyó a la comida del día anterior, estaba demasiado hecho seco y duro como una suela, la ensalada avinagrada… ni siquiera el café  tenia buen sabor.

Por fin se acababa una larga tarde de desencuentro total, sin ternura, sin caricias, árida como el invernal día. Fue una despedida fría en la que, sin palabras, cada uno decidió coger el metro, la misma línea, como siempre, pero hoy en dirección contraria. 

Allí estaba ella en el andén, tras decirle adiós con la mano, se quedó viendo cómo se perdía en el oscuro túnel. Pasaba el tiempo y su tren no llegaba. Por megafonía dieron aviso de retraso en la línea, hubo un pequeño revuelo en el andén y algunos se fueron. Ella  ni lo pensó, siguió esperando sin darse cuenta de que apenas iban quedando algunas parejas apurando un día de caricias y besos.

Por fin llego a su estación, salió a la calle y empezó a andar bajo una llovizna fría y persistente. Se dio cuenta de que no se veía a nadie y apretó el paso. A medida que avanzaba vio delante una figura de hombre al que se iba acercando; aminoró el paso, ya no se sentía tan sola, un poquito más adelante había alguien despejando el camino. De pronto, él se paró en seco y, dando la vuelta en redondo, se dirigía  hacia ella. En su cabeza todo giraba, se sucedían oleadas de  sensaciones encontradas. Su cuerpo temblaba, se encogía sobre sí misma y él seguía avanzando. El miedo la impulsaba a correr en dirección contraria, pero un deseo temerario la impulsaba a seguir avanzando. Cada vez estaban más y más cerca. Tenía ante sí a un hombre alto y fuerte de pelo rubio. Ya no sentía miedo, sino atraída por la figura fuerte y rotunda que tenía delante. Con su camisa de cuadros, parecía  un leñador nórdico.

Ya estaban frente a frente. Sólo quedaba la excitación del momento del encuentro. Se paro delante de ella mirándola y se sintió desfallecer ante aquella voz rotunda, que con una sonrisa decía: “Por favor, ¿sabes cuál es la calle de la ilustración?”. Mientras le decía que me encaminaba hacia ella, en su cara apareció una sonrisa. Ligera y libre, siguió andando junto a su leñador módico mientras pensaba: mañana será otro día…

Por Mayte Espeja

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