viernes, 9 de noviembre de 2012

Un regalo muy especial

Llueve. El otoño se ha dejado caer de repente, casi sin avisar. Paula acaba de salir de un exclusivo centro comercial, cargada de bolsas, y la lluvia le ha pillado desprevenida. Con el paso acelerado se dirige al cobijo de una cafetería. La barra del local está atestada de personas que, como ella, han buscado un refugio rápido para escapar del agua. Al fondo hay una mesita libre frente a un gran ventanal. Un camarero se le acerca para tomar nota de lo que desea, recomendándole el cappuccino de la casa. Acepta la sugerencia; está muy destemplada y le sentará bien algo caliente. El cristal de la ventana le devuelve un reflejo de su imagen algo descompuesta y diferente a la que acostumbra a mostrar. Está tan empapada que la camisa se ha adherido a su cuerpo como si de una segunda piel se tratase, insinuando a la perfección sus generosos pechos; el pelo goteando aún por su espalda, el rímel corrido y el eyeliner desdibujado… Abre su bolso del que saca un pequeño espejo redondo donde contempla, con una mueca divertida, los estragos del aguacero. Un desconocido, desde la barra, ha estado observando minuciosamente todos sus movimientos sin poder apartar los ojos de ella. Paula ha sentido esa mirada penetrante, como un escalofrío recorriendo su cuello y se ha vuelto instintivamente para comprobar la procedencia. A poco más de un metro ha encontrado al dueño de esos ojos incisivos que la estaban taladrando y, en el cruce de miradas, no ha podido evitar ruborizarse. “Dios, qué forma de mirar”, se ha dicho para sus adentros.

El camarero le ha servido un cappuccino humeante. Se dispone a tomar el primer sorbo cuando, frente a ella, el hombre le solicita permiso para sentarse a su lado. Paula asiente. Es un tipo atractivo, de unos cuarenta años, canoso en las sienes, cejas cuidadas, pestañas largas y pobladas, ojos oscuros y penetrantes que le hacen sentirse desnuda, labios gruesos y perfectamente dibujados, barba de dos días y una sonrisa muy seductora. El corazón de la mujer ha comenzado a retumbar acelerado cuando el galán, sin mediar palabra, ha acercado con ternura su mano hacia la mejilla de ella, aún sonrojada. Paula ha girado el rostro buscando con su boca un acercamiento más íntimo y en el contacto ha depositado un tímido beso en la suave mano del caballero. Este breve roce ha sido el detonante para la serie de caricias que, en los instantes siguientes, le han recorrido los labios por entero. Ni un solo milímetro de su boca ha quedado por explorar. Hubiera deseado poder abrirla y participar del juego, degustando el sabor de tan cálidos dedos pero se siente paralizada. La temperatura ha subido tanto y de manera tan súbita que su blusa ha perdido la humedad, no así ella. Vuelve a tomar la taza entre sus manos temblorosas dando otro sorbo al café, ya casi frío. Un poco de espuma se ha quedado sobre el labio de Paula; espuma que él, en un sensual gesto, recoge con la punta de su dedo llevándoselo después a su boca, donde sus jugosos labios parecen disfrutarla. Paula se siente sin fuerzas, cautivada y entregada al juego seductor de un desconocido, que le acaba de robar la voluntad.

Fuera, la lluvia ha cesado y las personas comienzan a abandonar el recinto. El hombre se levanta de la silla aproximándose despacio hacia su rostro, muy despacio, intentando hacerle saborear el deseo que ambos comparten. Lo ha visto en sus ojos; los mismos que, ante su proximidad, ella ha cerrado en espera de un desenlace apremiante. Los labios le han comenzado a besar despacio; recorriendo su cuello de manera suave, lenta, haciéndose apetecer, dibujando un largo camino hacia la boca… para terminar posados sobre los suyos en una tentativa de beso entre labios, que apenas ha sido un tímido roce. Un primer contacto, demasiado fútil para ambos, que da paso al instinto primitivo del beso con pasión, ése que invita a las sedientas lenguas a explorarse cada vez un poco más allá…

Con los ojos aún cerrados, ha tomado aire intentando llenar sus pulmones de todos los aromas que embriagan sus sentidos, humedeciendo sus labios una y otra vez, en un intento de saborear y retener de nuevo el beso. Al volver a la realidad y abrir los ojos, el desconocido de mirada penetrante ha desaparecido, dejando en ella una excitación extremadamente placentera.

Paula no sabe con certeza cuánto tiempo ha pasado sentada en ese limbo de sensaciones en el que ha estado sumida, aunque le ha parecido muy breve. Apenas queda ya nadie en la cafería. La mujer recoge sus bolsas y sale del local rumbo a su casa. Allí, le espera su marido. Hoy es su aniversario y se ha comprado lencería de ensueño, ésa que a él tanto le seduce. Presiente que este encuentro furtivo no ha sido fruto de la casualidad, y entiende que su esposo esta vez sí ha logrado sorprenderla con un regalo muy especial… Lo que está a punto de suceder esta noche, entre sus sábanas, no está escrito aún en ningún lugar.

Por María Sergia Martín González

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