miércoles, 14 de noviembre de 2012

Sones de luz

Era pronto. Estaba sentando en una terraza, tomando un café. Apareció mi amigo  Juan, al que hacía tiempo que no veía.

—¿Cómo te va? –preguntó-. ¿Tienes algo nuevo que contarme?
—¡Sí! –exclamé-. Mi vida ha dado un vuelco radical. He conocido a una gran mujer, Julia.
 
Y pasé a contarle mi historia.

—Sabes las emociones que me despierta la música. Son tan intensas que, sin poder disimular, afloran a mi cara. No olvides que retengo los gestos faciales de la infancia, antes de aquel brutal accidente que me dejó sin visión. Los sonidos me transportan a mundos indefinidos. Veo paisajes, luces y colores deliciosos. Mi alma y mi cuerpo cambian, mientras la armonía rastrea en mi interior.

Julia dice que se enamoró de mí la primera vez que me vio. Lo relata así:

—Estábamos en el Auditorio escuchando un concierto de Beethoven. La melodía le penetraba hasta encontrar su espíritu, le hacia removerse entera. Sentada a mi lado, oyó un suspiro de pena o de deseo, un gemido, y volvió la mirada. Dice que mi rostro era bello; puro; expresivo; estaba conmovido. Sintió gran afinidad y cariño. No pudo evitar acariciar mi mano…
—Sí, Juan. Lo hizo tan sutilmente que pensé que era un sueño. Volvió a rozarme y la toqué suavemente. Al poco, mano con mano nos adivinábamos.  La música nos envolvía en una atmósfera intensa y profunda. Cuando acabó el concierto, la lluvia y la noche facilitaron nuestra huida. Nos entrelazamos apretadamente, ansiosos por estar solos.

Por fin, fuimos a mi casa. Allí era más fácil orientarme. Acordamos rápidamente la música que íbamos a compartir. Nos abrazamos, nos besamos, nos descubrimos. “Jamás he tenido a alguien como ella en mis brazos”. Hablábamos entre susurros, con voz ronca de deseo. Era suave, cálida, su aroma, especial. Le decía pequeñas cosas con gran pasión. Respondía con gemidos, y se dejaba ir. Pasé mis manos por su rostro, mis labios, mi lengua… olí su cabello, oí sus latidos “¡era bellísima!”. Ella se demoraba en mí percibiendo de una forma nueva. Quedamos tan extasiados que, desde entonces ¡somos amantes inseparables!, entregados a la música con todos los sentidos. 

Por Mercedes Martín Duarte

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