miércoles, 7 de noviembre de 2012

El postre

Cuando inició esa estúpida abstinencia nunca pensó que le fuera a costar tanto cumplir su promesa, que treinta días de privación fueran a convertirse en semejante tortura.

Pero por fin había llegado el final de su sufrimiento.

La cena estaba riquísima. Sin embargo, lo que vendría después sería mucho mejor. El momento más dulce de la velada se aproximaba. El postre. Fuera la cena ligera o pesada, nadie podía resistirse a un buen final. Y menos ese día, en el que sabía lo que le esperaba.

Para no alargar la espera, dejó los platos donde estaban y se fue directa a su objetivo.

Le dedicó una mirada larga y lujuriosa al paquete que escondía su premio, su deleite. Acariciando con la yema del dedo la rugosa superficie, fantaseó con su sabor aun sabiendo que la realidad superaría al recuerdo de sus papilas gustativas.

Con delicadeza y coquetería se deshizo de la barrera que los separaba.

Al quedar al descubierto, sonrió y se aproximó disfrutando de la mezcla de aromas del ambiente y de su ansiedad.

Abrió la boca y asomó la lengua para dar la bienvenida a su regalo. El sabor le impregnó la lengua y tragó la saliva que se le había concentrado en la boca. Oprimió con los dientes la punta y se relamió, dejando escapar un ronroneo de agrado.
En un arranque de locura se metió todo en la boca y tardo apenas un minuto en comérselo.

Estaba segura de estar incumpliendo uno de los siete pecados capitales, la gula. Pero bien lo merecía aquella barrita de chocolate blanco.

Tendría que buscar otra manera de bajar de peso. Nunca podría prescindir del chocolate.
Por Jenny Tejada

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