sábado, 10 de noviembre de 2012

Vane y Dale

Dirección:Vane1969a100@gmail.es
Asunto:    No me lo puedo creer
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¡Pero qué guarra eres, Vane!  ¿Cómo se te ocurre contármelo? No me puedo creer que le hayas hecho eso al Joaqui. Me reafirmo, ¿cómo puedes ser tan guarra? No, no te lo iba a contar, pero ya que me has hecho esa confidencia lo haré. Eso sí, espero que luego me lo cuentes todo, segundo a segundo, jadeo a jadeo; todos los detalles sin excepción.

¡No lo puedo creer! ¿Se lo hiciste así, en esa postura? ¿Dónde? Uf, se me pone todo de punta, hasta las cejas. Vane, con el Joaqui y así. Anda, que has elegido mal, y ¿te costó mucho? Uf, ¡no me lo puedo creer!

¿Sabes? te cuento. El otro día vi a mi corazón entre sus cuatro hermanos, tan espigado que sobresalía sobre todos ellos, a izquierda y derecha, tan suave, tan dulce, tan sabroso, tan delicioso. Cada vez que le veo, me siento morir, sucumbo, tiemblo. Cuando se acerca y puedo oler el perfume de su aroma, me invade, me penetra, me inunda una sensación que me sonroja, me evade, me lanza, me descalza, me arrebata; pero cuando se posa sobre mí y dibuja sus delicadas caricias de color me carga, me dispara, me recarga, me voltea, me lancea, me mata, me resucita, me dinamita, me expande, me limita, me imploxiona, me detona, me impresiona.

Me dirigí a él y le sujeté con fuerza hasta que se colocó sobre mí. Recorrió las cordilleras de mi piel, y sutilmente merodeó sobre las laderas de mi envés hasta alcanzar la rotonda de mi mundo. Selló mis labios que gemían, húmedos, dulces, ávidos del manjar presente; mi lengua desarbolada por las sísmicas vibraciones de sus yemas, emergía de su gruta en busca de fruta fresca que saciara su sed de excitación, de piel, de hiel, de miel. Desterró los labios mi corazón y, junto a sus hermanos, se lanzaron a explorar vericuetos y cañadas, sombras y luces, escalofríos y sudores hasta que mi voluntad fue una, la suya, y me arrastró, me marcó, me devoró, me extenuó, me quebrantó.

No podía más, me sentí tan húmeda que temí rechazarle, mojarle, ahuyentarle, que me abandona en mis temblores, mis contracciones, mis palpitaciones, mis ojos en blanco, mis sofocos, los ahogos, los silencios, los jadeos, las expiraciones; pero para el inmenso placer de mis sentidos, se deslizó sobre mi vientre con movimientos de serpiente, siseos de vida y me asió, mi piel vibrando, rezumando, destilando. Llegó entonces a la ondulación que precede la luz. Exploró mis senderos y vericuetos, escrutó donde de placer fluyen los torrentes, me exploró, toda y fallecí, fenecí, me desmoroné y resucité con su sincopado ritmo en mi interior, su redoble de percusión, su rasgueo en los acordes de mi ser. ¿Sabes? No pude gritar más en silencio, tampoco pude enmudecer, me escuché. Gimoteé, supliqué, imploré, americé y me sentí tan plena como agradecida. Los cinco en una vida. Corazón, medio, índice, pulgar y meñique.

Nos vemos a la salida, te mando un whasapp  cuando salga de clase.
Por Luis Castilla

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