sábado, 24 de noviembre de 2012

Concierto a cuatro manos

Tenía entradas para el concierto que estaba a punto de comenzar. No conocía  el nuevo Auditorio y había quedado a la  puerta con su hermana que, como siempre, llegaba tarde. Los cambios de última hora le ponían nervioso. Una vez más pasó los dedos por la esfera de su reloj.  Entonces sintió una respiración que, acercándose a su oído, se convertía en  un susurro: "Hola, guapo, ¿me esperabas a mí?" Y sin esperar contestación, una mano se agarró a su brazo y casi  le arrastro hasta el patio de butacas. Sin acabarse de acomodar, cesó el murmullo de las conversaciones; alguien habló ensalzando a la concertista  y sonó el piano. La mano, que seguía apoyándose en su brazo, resbaló hasta la suya y, suavemente, la llevó a recorrer un rostro desconocido pero ya imaginado, deteniendo los dedos en unos labios carnosos que los besaron uno a uno. Sabia y silenciosa siguió recorriendo su cuerpo, enredándose en las notas suspendidas  en el aire, mientras Daniel se estremecía.

Cuando acabó el concierto salieron en silencio.  Al llegar a la calle ella dijo algo así como "tenemos que celebrarlo, es un privilegio escuchar a esta mujer".  Y añadió: "¿Puedo llevarte donde yo quiera?". A lo que respondí que lo estaba haciendo desde que había llegado.

Un taxi les llevó a un edificio con el olor del tiempo incrustado, debía ser antiguo y no muy bien cuidado.  Tras subir a la tercera planta, en un ascensor estrecho y chirriante, entraron en un lugar de aroma indefinido pero fresco y agradable. En sus recuerdos  quedó una copa de champán a la que siguió una noche de besos y cuerpos entrelazados recorriéndose una y otra vez. Les despertó el calor del sol entrando por el amplio ventanal. María le ofreció un café y acercarle a casa. Nuevamente se dejó llevar. Frente a su puerta, con un rápido beso, se dijeron adiós.

Pasado un tiempo, en la fiesta de cumpleaños de su hermana, al sentarse en un sofá, retiró un jersey para no sentarse encima. Según lo movió sintió el impulso de acercarlo a su cara evocando un aroma, siempre envuelto en música y sueños. El momento alcanzó toda su magia cuando alguien se acercó y susurro a su oído: "Hola, guapo, ¿me esperabas a mí?"

Por Mayte Espeja

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