viernes, 16 de noviembre de 2012

En tinieblas

¡Ayer fue mi cumpleaños! ¡No me gusta cumplir años! Pero esta vez era especial. El primero en oscuridad. Sufrí una enfermedad que me dejó muchas secuelas, pero la más importante fue la ceguera.

Los comienzos fueron duros. Sientes que eres un estorbo. Es uno de los peores sentimientos que una persona ya adulta puede tener.

Distintas técnicas de aprendizaje (sistema braille, el uso del bastón, el método de cálculo mediante Sorobá) consiguieron desenvolverme normalmente en el medio y seguir viviendo. También el cuerpo es sabio y comienza a agudizar y sensibilizar el resto de los sentidos para suplir el ausente.

Decidí hacer una macrofiesta. Invité a amigos que hacía muchos, pero que muchos años no sabía nada de ellos. Los saludos fueron cuanto menos de asombro: unos de enmudecimiento, mutismo, silencio y otros de piedad, lástima, consuelo… los primeros momentos de tensión dieron paso a risas, jolgorio y alegría.

Marcos también vino a la fiesta. Me hizo mucha ilusión. Fue un amigo especial del instituto. Aunque la cosa no pasó de manoseos y toqueteos, todavía la recuerdo con mucho cariño. Seguro que él también.

Por la noche fuimos a escuchar un concierto de jazz. Era un grupo muy conocido y la sala estaba repleta. Fue un deleite de armonía, de composición y de interpretación.

Después del concierto, Marcos me invitó a tomar algo. Enseguida nos enzarzamos en una animada charla acerca del grupo. Parecía ser un enamorado y gran conocedor de su música. Lentamente fue desgranando toda su discografía.

¡Qué eufórica me sentía! Parecía que no había pasado el tiempo. Fuimos abriendo nuestros corazones y, poco a poco, desmenuzando nuestras vidas. Vidas que en mi caso fueron truncadas; los anhelos dieron paso a la apatía y las ambiciones al desinterés. La vida con él había sido más amable. Se notaba un hombre feliz. ¡Él sí había logrado todas, o si no todas, muchas de sus ambiciones!

¡Estaba muerta de miedo! Aunque habían pasado muchos años, él seguía gustándome. Poco a poco iba acercándome más a él. Sentía su aliento. Su olor (¿olía a cedro, a sándalo, a jengibre?). Desde la penumbra, afloraban deseos que llevaban durante mucho tiempo escondidos.

El comportamiento de Marcos fue cambiando. Aunque seguía allí, estaba ausente, inquieto, inseguro. Intentó darme palabras de consuelo, de aliento; pero no dejé que continuará ¡No quería limosnas! ¡No quería favores! ¡No pedía nada! Sólo pedía amor.
Por Pilar Martínez Hidalgo

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