María se da cuenta y, desecha en lágrimas, baja a toda prisa a la calle. Cuando me ve grita, y su llanto se hace cada vez más intenso. Cuando llega ve mi cuerpo inmóvil y rodeado de sangre.
Me acaricia el pelo y observa un trasquilón. María queda boquiabierta cuando ve que de entre él salen seis pequeños clones míos que flotan y ascienden con una levedad asombrosa.
El primero aparece en casa de María y su madre le grita: “¡condenado!, ¿te estarás quieto?”, mientras le tira un corcho.
Los otros cinco se instalan en otros tantos hogares, donde los reciben con alegría.
Y es que dicen que tengo siete vidas. Una ya he gastado, pero todavía me quedan estas otras. ¡Marramamiau, he dicho!
Por Rosa María Velasco
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