sábado, 30 de noviembre de 2013

Vida

Me subo a una silla y me encaramo al alfeizar de la ventana. De repente y sin saber cómo, me precipito al vacío desde el décimo piso como si cayera hacia el infinito.

María se da cuenta y,  desecha en lágrimas, baja a toda prisa a la calle. Cuando me ve grita, y su llanto se hace cada vez más intenso. Cuando llega ve mi cuerpo inmóvil y rodeado de sangre.

Me acaricia el pelo y observa un trasquilón. María queda boquiabierta cuando ve que de entre él salen seis pequeños clones míos que flotan y ascienden con una levedad asombrosa.

El primero aparece en casa de María y su madre le grita: “¡condenado!, ¿te estarás quieto?”, mientras le tira un corcho.

Los otros cinco se instalan en otros tantos hogares, donde los reciben con alegría.

Y es que dicen que tengo siete vidas. Una ya he gastado, pero todavía me quedan estas otras. ¡Marramamiau, he dicho!


Por Rosa María Velasco

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