lunes, 25 de noviembre de 2013

Pezon's power

Aquella noche, Marisa acababa de prepararte la cena, pero tú ya andabas con el maldito runrún tras la oreja. Y es que tanta tele te envenenó la sangre y te restó la poca cordura que te quedaba. Tampoco es que fueras una lumbrera, pero llegar a interiorizar que tus pezones te harían viajar a través del tiempo… era algo que ni el zagalín más cándido se hubiera tragado. Y es que nada, o sea nada, ni siquiera la mitad de lo que dicen en el National Geographic, es palabra de Dios.

Ese perverso runrún te había llevado varias veces a urgencias, la sobreestimulación a la que sometiste a tus mamillas te laceró el pecho de forma tan evidente y escandalosa que hubo incluso quien pensó que era Marisa, tu desgraciada esposa, la que te infligía los daños. Allí mismo te hubieron de dar en múltiples ocasiones la baja médica por lesiones.

Aquella misma noche, con la cena servida en la mesa, no probaste bocado. Habías estado especialmente inquieto toda la tarde y no fuiste capaz de abrir la boca. Te encerraste en el baño y, tras horas girando, pellizcando, estirando e incluso mordiéndote el pezón izquierdo… inexplicable o prodigiosamente te viste de pie en la plaza de tu pueblo al lado de la fuente, unos veinte años atrás. Fueron apenas unos segundos, pero suficiente para saber que todo lo oído y leído sobre esto era la verdad absoluta. Ya lo tenías controlado: el pezón izquierdo era el que transportaba al pasado; por tanto, el derecho debía de enviarte al futuro. No cabías en ti de lo excitado que estabas. Cuando se lo contaste a la pobre Marisa se llevó las manos a la cabeza y asustada, como un corderillo el día de la matanza, huyó la pobrecita con lo puesto que ni tiempo tuvo, ni ganas le dieron, de volver a recoger la cartilla de la Seguridad Social. “¡Bartolo, a ti te han enlocao los documentales del Nasional Yografic..!”

Ya lo tenías, Bartolo, tan solo te faltaba pulir un poco el mecanismo y curarte los pechos, que se te caían a cachos, pero ya podías decir al mundo que todo lo elucubrado acerca del poder pezonista era cierto. Ahora, sin Marisa en casa y con la baja médica, que te acababan de renovar, podías echarle todas las horas del día a viajar en el tiempo. Y viajaste, claro que viajaste, jodío, y eso que nunca hasta entonces habías montado ni en avión.

Te sumergiste en una vorágine de viajes hacia atrás y hacia adelante. A veces desaparecías por días e incluso semanas. Tu madre ya te había dado por perdido y, en esas ausencias, cuando no te encontraba en casa, no podía hacer otra cosa que ir a a rezarle a San Judas y ponerle una docena de velas. 

Una mañana sentiste realmente miedo cuando, en uno de esos giros de botón-pezón, apareciste tumbado boca arriba con los brazos cruzados sobre el pecho y dentro de una caja de pino. Afortunadamente, aún quedaban personas en el cementerio que pudieron escuchar tus gritos y sacarte de tu encierro, aunque el susto y el tumulto que organizaste a más de uno le trastornaron para siempre el ánimo. En esa ocasión te falló uno de tus pezones, demasiado maltrecho, el encargado de retrotraerte al lugar de origen. Decidiste no volver a viajar hasta que se curasen las heridas, no fuera a ser que te quedaras en algún limbo. Fueron días de paz. Tu cana madre pensó que sus plegarias habían dado por fin sus frutos y que la sensatez se había asentado, por primera vez desde que te parió, en tu despoblada cabeza. Pero como no hay bien, ni mal, que cien años dure volviste por tus fueros y retomaste tu frenética actividad sin apiadarte ni un sólo instante de la pobre anciana. 

Hoy ya va para seis meses que nadie sabe de ti. No has acudido al hospital a hacerte las curas y con esos pezones colgando puede sobrevenirte una irreversible infección. Tu madre ha cogido bastante peso y eso, con sus piernas tan fatigadas, es cosa mala. Tiene náuseas y anda diciendo que nota pataditas en el vientre.

Por María S. Martín

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