jueves, 28 de noviembre de 2013

A lo hecho, pecho

Te lo dije, que de esta obsesión no iba a salir nada bueno, pero tú dale que dale y venga a decirle a Antonia: chupa, chupa.  Y ya lo has visto, nada de nada, rien de rien, como decía mi madre cuando en Toulouse le preguntábamos qué había para comer.  Payaso, que eres un creételotodo. Parecía tan real como lo contaba aquel gilipollas en internet, y con fotos y todo. Y tú maricón no eres, pero no sé…

Todo empezó porque no entiendes por qué los hombres tienen pezones. Donde hay humo es porque hubo fuego, ¿o no? ¿Para qué los queremos si no hay nada en donde rascar? Y acabaste por creer que podía crecer algo, pues el brote estaba allí ya.   Y es que tus pezones son algo especial, muy sensibles y agradecidos. Se te ponían duros y puntiagudos cuando te los tocaba tu Antonia, que a la muy tonta anda que no le gustaba. Y no te digo nada cuando te los chupaba, menudo vicio tenía, que hasta aprendió a hacer el gritito ese que hacen las árabes con la lengua.

Pero los dos queríais más; primero fuiste al curandero ese asqueroso, que mira que la intuición te lo decía. Pero qué va, ¿no te pareció poco que se sacara la mierda de las uñas y te las untara en los pezones? Pues no, no fue suficiente.  Y que era la vida que se le quedaba entre las uñas, decía, y que esa vida te la daba a ti, gustoso. ¡Guarro, pringoso!, y tú venga a darle dinero y a mirarte en el espejo, y él que sí, que cada día se notaban más lustrosas, y tú venga a observarte y sin atreverte a decirle que no, que no veías nada de nada, sólo decías entre dientes: rien de rien. Y él: que nadie se va a reír de ti,  hombre. ¡Ignorante sacaperras! El día que se metió al váter y salió con un frasquito y quiso untártelo y tú se lo quitaste y se lo echaste por encima y el tío se puso a vomitar del asco que le dio, ese día sí que estuviste bien, te lo juro, aquel día sí que sí.

Eso ha sido lo único bueno de toda esta historia, porque lo demás… ¡Y por si fuera poco sigues plano, más liso que una pista de patinaje! Eso sí, los pezones parecen dos castañas pilongas, que de tanto frote han florecido.  Hay que ser desgraciado, si lo que querías era tener unas buenas tetas, pues haberte operado, joder, una talla 80, por ejemplo, no hubiera estado mal, la hubieras disimulado con las camisas, como si fueran esas tetas de gordo que tienen algunos tíos y, luego, en la intimidad, con tu Antonia, a  disfrutar de la silicona, que para eso está la tecnología de la ciencia, hombre, por Dios, pero no,  tú querías que fuera natural, como la leche de vaca, no te digo. Natural, natural. Por eso te compraste por correo aquella máquina que te absorbía la teta y te la estiraba, que en vez de  una teta parecía una ubre de cabra vieja, madre mía qué dolor, y aquello que no cogía volumen, sólo se ponía rojo como el culo de los monos esos del zoo.

Y es que tu Antonia también te animaba, que la culpa no la tienes solo tú, qué va. Acuérdate de cómo se ponía con las fotos de travestis operadas y con bigotes, lo bien que os lo pasabais después, que te decía: así, así, con mostacho y pecho es como me gustan a mí, todo terminado en  cho. Y tú te ponías a cantar el chachachá pero con la cho. Qué tiempos más buenos, esperando todos los días a que aquella carne cogiese fuerza y se pusiera turgente; una ilusión, una esperanza que teníais.

 Y entonces fue cuando apareció Choni, también con cho. Era la prima de la vecina de abajo, que se había separado del marido y limpiaba casas para ir tirando, y Antonia, por pena, la dijo que sí, que viniera a echarle una manilla, pero joder, adonde te la echó, hija. Era regordeta, pero de esas gorditas que están bien hechas, con unas tetazas; más joven que tu Antonia, eso sí, pero con un bigote que madre mía. Qué tonto fuiste al no darte ni cuenta de lo que estaba pasando. De repente, dejó de insistirte en lo de los pechos, ya no te los chupaba, Choni cada vez venía más horas a la semana y tenía más bigote… hasta que un día todo se acabó.

Me escribió una carta: Me marcho, siento lo que te he hecho, me voy con Choni, aunque eres muy macho no tienes pecho. Chao.

Y ahí me dejó, solo, y con una carta llena de chos.

A lo hecho, pecho, ¿o no?

 Por Raquel  Ferrero

 

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