miércoles, 20 de noviembre de 2013

Relaxin cup

No podía ser de otra manera, siempre la misma historia. Yo lo pensaba y volvía a pensarlo, pero siempre volvía al mismo lugar.

Era simple romper el devenir de los acontecimientos, pero siempre por una u otra razón volvía al mismo momento, el mismo lugar, y el mismo problema. Me despertaba solo, aletargado. El estómago revuelto me daba unos leves pinchazos que me iban despertando. Podían ser las tres de la mañana, o incluso las doce del mediodía. Pero nunca sabía cuál era la hora, el día, ni en qué lugar me encontraba. Pasados los primeros momentos empezaba a intuir mis manos, sentirlas una contra la otra presionándome el estomago. Eso me hacia consciente de mi propio cuerpo, tras las manos van brazos, hombros, pecho, y de ahí podía ir bajando, sexo, piernas, pies, pero nunca mi cabeza.

La cabeza me daba vueltas sin ningún sentido. Siempre intentaba seguir el ritmo en que se movía, creyendo que sería de forma cíclica. Pero daba igual, no rotaba de ninguna forma lógica, simplemente lo hacía.

Levantarse era sencillo, agua en la cara, una pasada por el baño y todo iba redondo. Echarse algo al estómago y paraban las punzadas sin ni siquiera quejarse, daba igual el alimento, zumo o un trozo de pizza de hace dos días, la cuestión era digerir algo.

Después de aquello dependía del día, sólo tenía que mirar el teléfono móvil. Estos malditos aparatos ya llevan de todo, no necesitas nada más para vivir, y sin ellos quizá parecerías muerto. Sólo un vistazo y ya puedes situarte, hora, mes, día, incluso día de la semana. Más detenidamente, miras el calendario y las tareas, el tiempo que va a hacer, las noticias que se presuponen importantes. Sin haberte dado cuenta ya lo tienes todo hecho, sabes qué ropa elegir, qué te apetece comer, incluida la receta para realizar la comida que de repente tanto te apetece, y que hasta hace diez minutos ni siquiera conocías, y te has pillado el primer cabreo con el primer imbécil de turno que has leído.

Tras este primer contacto con el mundo, ya lo había probado todo, arreglarme para salir a la calle, quedarme en pijama, vestirme para hacer deporte y dar unos cuantos saltos… Totalmente inútil, hiciera lo que hiciera siempre acababa igual, en el sofá. Pensando. El viejo sofá siempre me había reconfortado, me conectaba con la faceta más íntima de mis pensamientos. Pero después de un despertar así, siempre acababa pensando en el siguiente trabajo, siempre quedaban pocas horas para tener que llevarlo a cabo. Primero el atuendo, dependía del lugar donde lo realizara. Un sótano, algo oscuro y cómodo, para evitar las incomodidades al salir de allí por las escaleras, siempre tienen escaleras. Si era un bar, lo mismo, pero teniendo cuidado de que fueran prendas comunes. En un restaurante, o una cena de gala, siempre con un buen traje. Esos eran los básicos, pero ya me había encontrado con alguna que otra excentricidad, un disfraz de plátano, lentejuelas, botones de un hotel… Pero lo de hoy iba a ser más común, con ir vestido como cualquier otro día me valdría para ir tirando.

Después de eso siempre pasaba al tipo de arma, con silenciador, un revolver pequeño y fácil de camuflar, una de asalto, un cuchillo de cocina, una navaja... todo dependía de la situación, y, apenas sin darme cuenta, allí estaba, plantado, haciendo mi cometido.

El de hoy era simple, una cafetería a las cuatro de la tarde. No habría nadie, solamente el objetivo, que por lo visto siempre se sentaba en la esquina del local más alejada de la puerta y pedía un café cortado, muy caliente, para poder pasar más tiempo en el local, absorto en sus pensamientos, esperando a que el abominable agua marrón que le servían se enfriara.

Fue llegar, sentarme enfrente, sacar de la bolsa de deporte el arma con el silenciador ya preparado y, sin mediar palabra, un simple disparo en el estomago. El hombre ni siquiera se quejó. Se quedó sentado mirándome a los ojos, mientras se desangraba. Por aquello de no hacer ruido al caer el cuerpo de golpe, decidí que, aunque mas engorroso, era mucho mejor una muerte lenta y dolorosa.

Cogí el dinero que tenía el camarero por el trabajo realizado, y a seguir viviendo. Ya tenía preparada una buena juerga con los amigos, y tampoco me iba a quedar mirando cómo venían a recoger el cuerpo, ni siquiera era necesario.

Tengo que celebrarlo, otro trabajo hecho y un montón de dinero en el bolsillo, eso me hace saber que soy bueno en mi trabajo, y mi madre siempre lo decía: “Tienes que ser el mejor en lo que hagas, hijo, solo así, tendrás una buena vida”.

Alcohol, drogas, mujeres. Esa es de verdad la esencia de vivir, lo que te hace sentir bien, y lo que no cambiaría por nada. Bueno, excepto antes de un trabajo. Hay que ser serio, los cinco días previos a cada trabajo me mantengo sobrio, me pongo en forma para que no se me escape.

 Quizá sea eso, quizás tenga un problema de abstinencia.


Por Alicia Victoria Recover

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