sábado, 23 de noviembre de 2013

El parche azul

Sabía que María tenía mucho que ofrecer, siempre lo supe. Llegaría lejos y, así fue. Seguí su carrera de principio a fin, desde sus 6 años desplegando sueños e intenciones. Si, la veíamos venir. Y vino. Llegó y siguió y, al final, se fue.

María tenía luz; una luz propia y carismática. Ya en educación infantil Mª José, su profesora, lo dictaminó: “tiene madera”. A partir de ahí, se embarcó en un arduo y complejo proyecto. Avalada por su familia y reconocida por las amistades, fue superando escalones de, cada vez, mayor complejidad. Sin embargo, ella era fuerte y estaba convencida de su verdadera vocación. Mantuvo la perseverancia para culminar sus objetivos vitales. Cuando la vida empezó a encariñarse con ella y a sonreírle de manera especial, se encontró madura y preparada para ir más allá. 

Un día dio un giro a su camino. Continuó en lo que ya era la profesión que la colmaba   pero, decidió que no era bastante. Un fuerte impacto emocional, casi sentido físicamente, la puso en la diatriba de elegir entre lo inicialmente importante y aquella otra voz que la llamaba.

Los demás sufrieron con dolor este cambio. La transformación fue tan fuerte que solo algunos, como su marido, supo acompañarla plenamente. Sin dejar de lado su primera vocación, se volcó en la explicación de la existencia. Necesitaba dar  a los/las otros/otras su más profunda realidad. Ahora había encontrado la verdad y tenía que compartirla.

“Cuánto cuesta hacer ver lo más elemental”, pensaba. “Cómo la propia vida puede llevarnos por caminos paralelos a los principales sin que, en muchos casos, salgamos de ellos”. 

Demostrando sus convicciones apoyó causas nobles de relieve social. Su trayectoria había cambiado a mejor, pero era costoso hacerse entender. Colmada de vitalidad se empeño en dar gracias y en extender ese mismo amor, regalado por el mundo. Su segunda batalla se fue transformando en palabra escrita. Ya el lunes, iba a publicar su libro donde se recogía todo lo vivido y aprendido, todo lo que podía y quería compartir. 

La obra bien hecha supera al autor. Aunque éste se vaya, quedará ahí para otros/as. Y así fue. La firma del libro fue un adiós certero, sin causa aparente, dejando de estar para quedarse siempre. Y ella conoció entonces todo el sentido de su existencia.

Descansa en Paz, María

Por Mercedes Martín

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