jueves, 21 de noviembre de 2013

Estación de servicio

Aquel sábado, Miguel y yo nos íbamos a casar en la iglesia de su pueblo. Monforte era un pueblo pequeño, que sólo tenía una casa rural; decidimos reservar el alojamiento en un pueblo cercano, donde no había problemas de espacio para los invitados.

Todo estaba preparado, sencillo pero bien, comeríamos juntos después de la celebración y después cada uno volvería a sus quehaceres.

Nosotros iniciaríamos un viaje por China, país al que Miguel tenía mucha ilusión por conocer.
Una de mis amigas tuvo la idea de hacerme una despedida de soltera, y nos reunimos un grupo con la intención de cenar y tomar una copa.

Parecía que la noche del viernes se iba alargando de modo extraño pero al fin y al cabo era una noche especial.

De vuelta al hotel, Maribel, mi amiga íntima, y yo tuvimos que parar a echar gasolina y nos encontramos con la jefa de Miguel, que estaba en un coche esperando a su acompañante; nos conocíamos de las cenas de empresa donde trabajaban.

No daba crédito a lo que estaba viendo, Miguel se acercaba a su coche. Cuando me vio se puso pálido y fui hacia él gritándole y empujándole sin parar.

Marisa, como se llamaba la jefa de Miguel, salió del coche y me amenazó con una pistola para que le soltara. No sé cuánto tiempo estuvimos forcejeando, ni de dónde sacó Marisa la pistola, pero yo me desplomé como una marioneta.

La despedida de soltera había terminado, tampoco se celebraría la boda ni el viaje a China.

Cuando desperté me encontraba en el hospital. Afortunadamente, la bala sólo había tocado el hombro.

No volví a ver a Miguel ni a su jefa, que fue detenida. Me pregunto qué hubiera pasado si esa noche no paramos en la estación de servicio.


Por Amparo Santos

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