lunes, 13 de mayo de 2013

El visitante

Armando había encontrado un rincón aislado en el Parque del Retiro que le servía como refugio. Rodeado de pinos y castaños, aquel lugar le aportaba sosiego  y le separaba del mundo hostil que le había causado su actual estado de ánimo.

Todas las tardes, al salir de la tienda y las mañanas que no trabajaba, cogía un libro y se apresuraba a leer en el banco que ya consideraba de su propiedad, pues nadie había osado invadir aquel espacio que sólo compartía con los pájaros que se acercaban a picotear el pan que les ofrecía.
Aquella mañana de domingo, el sol desplegaba todo su poder sobre el parque y Armando disfrutaba de la lectura bajo la sombra del álamo. Un estornino se acercó, manteniendo la prudente distancia de su depredador que le dictaba su instinto. Armando le arrojó unas migas, le observó y pensó que los humanos deberíamos imitar a los animales. Ellos no añoran el pasado ni planean el futuro, disfrutan el presente y sólo se preocupan por sobrevivir. Parecía que el ave le devolvía la mirada y aprobaba  su pensamiento.
Minutos después, el estornino se alejó. Armando siguió su vuelo hasta que se perdió entre las ramas. En ese  momento le pareció que algo se movía entre los árboles, como una sombra difusa. Quizá fuera un perro, ya que a esas horas el parque estaba lleno de paseantes.
La idea de que alguien invadiera su soledad le produjo una leve agitación interna. Volvió los ojos al libro y retomó la lectura. No se percató de que un hombre se había sentado a su lado y le saludaba:
— Buenos días, hace una mañana preciosa. No, no me conteste, comprendo perfectamente que mi presencia le incomode, sobre todo porque lleva tiempo disfrutando este pequeño paraíso dentro del caos de su desgraciada existencia: su mujer lo ha abandonado, tiene que hacer frente a la hipoteca, su pequeño negocio no tiene futuro, su amante no le soporta y sus amigos están cansados de sus lamentaciones. No me pregunte cómo sé todo de su vida, he venido a ayudarle. Usted decide. Yo me encargo de que encuentre la tranquilidad eterna y se acaben sus desdichas.
Armando, al principio molesto por la incursión del desconocido, más tarde turbado porque conocía tantos detalles de su vida, finalmente cedió a la tentación y se dejó convencer por la rápida solución que se le ofrecía.
A la mañana siguiente, una noticia conmocionó a los habituales paseantes del Retiro: en un apartado banco del parque apareció el cadáver de un hombre. A su lado, un libro abierto y un estornino negro picoteando pan que al parecer  el fallecido llevaba en una bolsa. En el momento de publicación de la noticia, la causa del fallecimiento era una incógnita, sencillamente su corazón había dejado de latir.

Por Carmen Alba

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