viernes, 17 de mayo de 2013

Cuento costumbrista

Tendencia o género literario que se caracteriza por el retrato e interpretación de las costumbres y tipos del país en cuestión. La descripción que resulta es conocida como "cuadro de costumbres" si retrata una escena típica, o "artículo de costumbres" si describe con tono humorístico y satírico algún aspecto de la vida.

Se tiende a hablar del costumbrismo referido sobre todo a autores a partir del siglo XIX, cuando la burguesía, tras el estallido romántico o incluso dentro de él, siente la melancolía de sus perdidos orígenes campesinos y ve que con la Revolución Industrial y el éxodo del campo a la ciudad ciertas costumbres y valores tradicionales empiezan a perderse o transformarse, pero también para diferenciarse y distinguirse claramente de ellas.

El costumbrismo, a diferencia del Realismo, con el que se halla estrechamente relacionado, no realiza un análisis de esos usos y costumbres que relata y por tanto se queda en un mero retrato o reflejo sin opinión de dichas costumbres, motivo por el que a menudo se habla de cuadros costumbristas o de género para referirse a cualquiera de estas manifestaciones, no sólo a las pictóricas. Por otra parte, el género literario del libro de viajes se muestra, cuando no aparece analizado y crítico, sino meramente impresionista, la misma desviación superficial o defecto que cabe denominar Pintoresquismo.

Como género literario específico, el costumbrismo es un género que conoce su apogeo en el siglo XIX, aunque sus antecedentes, como siempre, habría que buscarlos en ciertos autores del s. XVII (Santos, Zabaleta, etc.) y del s. XVIII (Torres Villarroel, Clavijo, Cadalso, Mercadal) o en aquellos autores dramáticos de este tiempo que, como Ramón de la Cruz  o González del Castillo (17631800).

El costumbrismo, en cualquier caso, procede del movimiento romántico, en lo que éste tuvo de exaltación de lo típico (nacionalismo). La estructura del ‘cuadro de costumbres’ es, como dice Correa Calderón, “de una extraordinaria elasticidad y variedad”. Muchos de estos cuadros y escenas podrían considerarse reportajes e incluso encuestas de tipo folclórico, pero en todas ellas hay intencionalidad, afán de sorprender, de captar algo que se tiene conciencia de que es cambiable y efímero, todo ello dentro del vasto panorama del siglo pasado.

El costumbrismo realiza dos aportaciones fundamentales. La primera documental e histórica: los costumbristas presentan fragmentos de vida urbana o rural española del siglo XIX, sobre todo en su contextura social, tan cambiante en esta centuria. La segunda, artística y de enorme valor. Porque, desde dentro del costumbrismo se asiste al nacimiento de otro género de más amplitud, la novela moderna, cuyo vestíbulo, como ha señalado la crítica, es el realismo, que deriva del costumbrismo.

Costumbristas mayoresAlgunos autores consideran el más antiguo costumbrista del XIX a Sebastián Miñano y Bedoya (1779-1845), por sus ‘Lamentos de un pobrecito holgazán’, ‘Cartas del madrileño’. En los periódicos de las primeras décadas de ese mismo siglo se encuentran los primeros artículos de costumbres. Así en La Minerva (1817), El Correo Literario y Mercantil (182333) o en El Censor (182023), ingenios oscuros intentaron el bosquejo de la sociedad contemporánea, utilizando apropiados seudónimos (El Observador, El Mirón) o anónimos. En estos autores destacan un espíritu de curiosidad acogedor y benévolo, que busca cierta trascendencia. Lo extranjero prevalece sobre lo nacional y despunta el interés por Madrid.

Los considerados universalmente como costumbristas mayores son Serafín Estébanez Calderón (1799-1867), Ramón de Mesonero Romanos y Mariano José de Larra. El primero, vuelto hacia lo pasado, a la España genuina y pintoresca, preferentemente regional. Cronista el segundo de su Madrid natal, su atención no se dirige a una clase social, sino que abarca todas, aunque principalmente la suya, la clase media.

Escenas andaluzas. Estébanez es, por muchos motivos, un escritor extravagante. La vida de sociedad (alta y baja) de su Málaga natal y sus estancias en Sevilla fueron su mejor escuela de costumbrista. ‘El solitario’. Publicó algunas poesías con el seudónimo de E. Sefinaris que recogió en Poesías (1831). En julio de 1831 fundó junto a Ramón Mesonero Romanos la revista literaria Cartas Españolas, donde publicaría numerosos poemas. Barroco.

Mesonero Romanos, El Curioso Parlante. Escenas matritenses. Su Proyecto de mejoras generales, leído en la sesión de la Corporación municipal el día 23 de mayo de 1846, supone una auténtica remodelación del Madrid de la época. Años más tarde redactó nuevas Ordenanzas municipales que rigieron largo tiempo. Después inició una intensa actividad literaria: hizo ediciones de los dramaturgos contemporáneos y posteriores a Lope de Vega y Rojas Zorrilla para la Biblioteca de Autores Españoles, y fue cronista oficial a partir del 15 de julio de 1864. También colaboró en El Indicador de las Novedades, El Correo Literario y Mercantil, Cartas Españolas, Revista Española, Diario de Madrid, Semanario Pintoresco Español. También promovió y fundó el Ateneo y el Liceo. Ingresó en la Real Academia el 3 de mayo de 1838 como académico honorario y el 25 de febrero de 1847 figuraría como miembro de número. Bibliotecario perpetuo de la villa de Madrid, el Ayuntamiento le compró su biblioteca en la cantidad de 70.000 reales. Poco a poco fue moderando su inicial liberalismo para terminar siendo un firme conservador. En su ancianidad redactó una buena autobiografía, sus Memorias de un setentón.

Mariano José de Larra. El primer artículo de Fígaro, El duende y el librero, hace su aparición en el periódico El Duende Satírico del Día (enero o febrero de 1828). El contraste de Larra con los otros dos es grande: aborrece la sociedad que a los otros enamora. Su ideal es la sociedad extranjera, hija de la Revolución, hasta la cual quiere llevar a la sociedad española.

Mesonero Romanos
Costumbristas menoresDespués del trío Mesonero, Estébanez y Larra, hemos de llamar costumbristas menores a todos los cultivadores del género, aunque algunos hayan destacado en otros aspectos de las letras españolas. Las vinculaciones a los periódicos y revistas continúan. Así, Antonio María Segovia (1808-74), El Estudiante, y Santos López Pelegrín (180146), Abenámar. Antonio Neira de Mosquera , el Doctor Malatesta (autor de Las ferias de Madrid, 1845), y Clemente Díaz, ruralista, con escenas muy próximas al cuento, alternan con Vicente de la Fuente (181789), con sus ambientes estudiantiles retrospectivos y librescos, o con José Giménez Serrano, que vuelve a la Andalucía romántica.

Costumbrismo literario en la literatura españolaUna de las características del arte español, especialmente en su literatura, es su tendencia al Realismo, que empieza a perfilarse ya incluso en el primer texto escrito conservado de su literatura narrativa, el Cantar de Mio Cid, y se prolonga a través del elemento popular que impregna el Libro de Buen Amor, La Celestina, el Lazarillo o el mismo Don Quijote.

Como uno de los elementos que constituyen este complejo rasgo, el costumbrismo empieza a desarrollarse en España sobre todo en el siglo XVII a causa de las directrices popularizantes que vienen desde el Concilio de Trento y la Contrarreforma y el cierre de fronteras culturales decretado por Felipe II. Vemos así a pintores como Caravaggio tomar como modelos a personas y ambientes populares nada presuntuosos que permiten al pueblo identificarse con un tipo de religiosidad más cercana. Vemos tipos populares en cuadros de Diego Velázquez y Bartolomé Esteban Murillo, y el costumbrismo se convierte en uno de los elementos que forman géneros literarios satíricos como la novela picaresca y cómicos como el entremés; se considera, por lo general, que son Juan de Zabaleta, Francisco Santos, Antonio Liñán y Verdugo y Bautista Remiro de Navarra los primeros escritores barrocos costumbristas que se especializaron en este tipo de temas.

El entremés se transforma en sainete en el siglo XVIII, con autores tan importantes como Ramón de la Cruz, especializado en un cierto madrileñismo, y Juan Ignacio González del Castillo, quien reproduce tipos y costumbres gaditanas. En el setecientos algunos pintores empiezan a fijarse en costumbres y tipos populares a través de modas como el majismo, y Francisco de Goya en sus cartones para tapices o en sus grabados sobre tauromaquia y la familia Bécquer, con sus escenas populares sevillanas, llegan a crear toda una escuela de pintura consagrada a las costumbres andaluzas, formada por José Domínguez Bécquer (1805–1841), padre del famoso poeta y del pintor Valeriano Bécquer (1833–1870), cuyo primo fue también pintor costumbrista: Joaquín Domínguez Bécquer (1817–1879). Por otra parte en los ambientes culturales se contraponía al cosmopolitismo y el afrancesamiento de la Ilustración el Casticismo, una tendencia a fijar un patrón nacional, natural y popular para el estilo literario con fundamento en la tradición autóctona.

Estébanez Calderón
En el siglo XIX ese elemento adquiere independencia por medio del elemento subjetivo que impregna el Romanticismo, haciendo que se renueve el interés por la identidad colectiva o volkgeist (carácter nacional o popular) por medio del Nacionalismo y el Regionalismo, plasmándose en géneros a propósito como el artículo o cuadro de costumbres, cultivado en la prensa y luego recogido en colecciones individuales o colectivas por autores como Sebastián Miñano y Bedoya, Mariano José de Larra, Ramón de Mesonero Romanos y Serafín Estébanez Calderón, entre muchos otros, y la novela de costumbres, pero también en el teatro a través del género chico, y aparece como elemento no despreciable en las novelas del Realismo (Fernán Caballero, José María de Pereda, Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán y Juan Valera. En el Naturalismo destaca por sus novelas de ambientación valenciana Vicente Blasco Ibáñez, quien halla correlato en las vistosas y deslumbrantes pinturas valencianas de Joaquín Sorolla. Otro género literario, el libro de viajes, cultivado tanto por autores nacionales como extranjeros, es también hijo de la curiosidad que siente la época por todo lo relacionado con las costumbres pintorescas.

Ya en el siglo XX destacan por sus comedias costumbristas andaluzas los hermanos Quintero y por sus piezas madrileñas Carlos Arniches; el elemento costumbrista aparece como primordial en el pintor y escritor expresionista José Gutiérrez Solana, uno de los pocos escritores costumbristas que no ensalza lo popular y se muestra crudamente crítico en, por ejemplo, su La España negra (1920), contra las pinturas complacientes de Julio Romero de Torres (sin embargo, de fondos expresionistas) o más equilibradas de Ignacio Zuloaga; sin embargo, a partir de la Guerra Civil, este costumbrismo involuciona identificándose con el superficial y acrítico pintoresquismo de los viajeros europeos a España del siglo XIX y con un empobrecedor reduccionismo andalucista que venía bien a la necesidad económica de fomentar el Turismo, especialmente en el cine, donde se llegó a denominar este tipo de productos como españoladas. Se salvan, sin embargo, algunos autores de preguerra y de posguerra, que siguen la tradición dedimonónica del cuadro de costumbres, un grupo de los cuales, encabezado por Ramón Gómez de la Serna (Elucidario de Madrid, El Rastro) gira en torno al llamado madrileñismo, como Eusebio Blasco (1844-1903), Pedro de Répide (1882-1947), Emiliano Ramírez Ángel (1883-1928), Luis Bello o, ya en la posguerra, Federico Carlos Sainz de Robles. En cuanto al andalucismo, la caudalosa vena decimonónica se renueva con escritores como José Nogales (1860-1908), Salvador Rueda (1857-1933), Arturo Reyes (1864-1913) y otros. Más valor y tintes sombríos posee el costumbrismo de la llamada Generación del 98, que busca en sus viajes la España real frente a la España oficial: Miguel de Unamuno escribe De mi país (1903), Pío Baroja su Vitrina pintoresca (1935), acogiendo en sus trilogías vascas costumbres de esa comarca, al igual que en sus aguafuertes y literatura su hermano Ricardo Baroja; Azorín se asoma al paisaje castellano y andaluz (Los pueblos, Alma española, Madrid. Guía sentimental...). Posteriormente, sólo parecen haber contado con el elemento costumbrista autores como Camilo José Cela, creador de un nuevo tipo de cuadro de costumbres, el esbozo carpetovetónico, cercano al esperpento, y autores como Francisco Candel, Ramón Ayerra o Francisco Umbral, autor este último de un cierto tipo de costumbrismo antiburgués de esplendoroso estilo.

Todos estos autores contribuyen a la vigencia del género. Para muchos de ellos ha servido de iniciación literaria, de exaltación o de recuerdo de la patria chica, de visión del Madrid político, social, centralizador, testigo siempre del material y de los artistas que, en el romanticismo, iniciaron el género. Y casi todos llenan los módulos costumbristas de su personalidad.

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