lunes, 20 de mayo de 2013

La luz en tus ojos

Luz acaba de recibir un mensaje de texto que reza: “Le ha sido concedido el primer premio de Poesía Ciudad de Almanzora. En breve nos pondremos en contacto con usted para concretar los detalles. Le recordamos que ha ganado tres mil euros. Enhorabuena.”

Luz no entiende qué significa la misiva. Es cierto que ella escribe de tanto en tanto poesía, pero jamás ha compilado sus poemas ni, por supuesto, ha enviado ninguno de ellos a concurso alguno. Con lo cual la perplejidad inicial da paso a la incredulidad y le hace pensar que se le ha enviado por error, y que la agraciada con el premio se ha quedado sin saber la buena noticia.

Acto seguido escribe un mensaje al remitente y le notifica que debe ser una equivocación, que comprueben bien los datos del premiado. A las dos horas le escriben de nuevo:” Sra. Luz Alba de Dios, hemos revisado los datos y nos consta que son correctos, pero aún así, le enviamos algunos de sus poemas por si usted los reconoce”

Sobrevivo sin vivir en mi
Y tantos desahucios veo
Que bebo porque no puedo (+)
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Torbellinos de palabras
Remolinos de ideas
Haced un poema ya
Que todo esto me marea

Efectivamente, Luz reconoce estos poemas y no entiende cómo han podido llegar hasta el concurso. Está claro que alguien los ha mandado por ella. Pero quién. Tiene escasos amigos y, desde que se quedó sin empleo, sin novio y sin casa no le quedan ganas de escribir ni de prodigarse en actos sociales. Vive en una casa compartida con tres chicas más y apenas las ve y mucho menos saben de su afición a la poesía.
Empieza a rebobinar en el tiempo y recuerda que estos dos poemas son de hace tres años, cuando aún vivía en su chalé de Navalcarnero. Ahora cae en la cuenta de que, Jonás, aquel señor mayor que se dedicaba a arreglar los jardines de toda la comunidad, siempre que la veía escribir la arengaba para que le leyera unas estrofas. Ella, complacida porque Jonás le inspiraba ternura, le leía los poemillas y él se regocijaba y la alababa sobremanera.

— ¿Por qué no los publica, señorita Luz?, son muy bonitos -le decía.
—Que no, Jonás, que son tonterías que se me ocurren.
—Debería, señorita, se entienden muy bien, hasta yo sé lo que quieren decir.

Era encantador, pero ella piensa que, aunque Jonás sabía de la existencia de ellos, no había podido copiarlos, pues jamás entraba en el interior de los chalés y no tenía las llaves de ninguna de las casas. También piensa que su exnovio, Javier, pudo duplicarlos y, al cabo del tiempo, haberlos mandado al concurso. Pero Javi ahora estaba en otra relación, esperando un hijo y pagando una superhipoteca, con lo cual no cree que tenga la mente ni el alma ocupada en ayudarla a ella, a la antigua,  a la que le abandonó por la bebida y por un borracho fanfarrón que la arrojó a los suburbios de la dignidad.

Dos días después recibe una llamada de los organizadores del evento notificándole que el acto de recogida del galardón se realizará una semana después, en el parador del bonito pueblo de Almanzora.  La invitan a pasar una noche en él y a la comida posterior a la entrega del premio.

En esta semana trata de averiguar el paradero de Jonás. Tras muchas llamadas fallidas, da con el teléfono de su hermana y puede hablar con ella. Esta le comunica que su hermano ha fallecido hace dos días en la residencia donde desde hace dos años estaba alojado. Le comenta que tenía cáncer y que se fue apagando poco a poco, que lo llevaba con resignación  y que hasta el último momento ha estado lúcido y tranquilo.

Luz, apenada, no sabe qué pensar; tenía el pálpito de que había sido él. Cómo lo habría hecho se le escapaba; pero ahora, después de saber su final, duda de su intuición.
Por fin llega el esperado día y todo transcurre según el programa. Recibe el librito con sus poemas elegantemente encuadernados, el cheque, los aplausos, los halagos y por último un bonito ramo de flores silvestres con una nota. La responsable de la organización le dice con la mirada que no son ellos los que se lo envían. Luz lee la nota y las lágrimas le ahogan:

Querida  niña, yo sabía que tus versos valían la pena, por eso los memoricé y anoté. Siento  no  poder estar allí para  ver la  luz  en  tus ojos. Jonás

Por Raquel Ferrero

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