miércoles, 15 de mayo de 2013

Malena

Malena pasea su soledad por la Gran Vía de Madrid. Pasa frente a los escaparates casi sin verlos. De vez en cuando, se detiene y los mira. Nada le llama la atención.

Observa a una pareja madura y vivida —tal vez ya liberados de la competencia laboral— que viene de frente. Cogidos de la mano, se miran con una sonrisa que le brilla en los ojos. Con veinte años menos, siente envidia de ellos. ¿Sería capaz de una ilusión así? Cuando pasan a su lado, una oleada de esperanza la invade.

Se detiene frente a una librería y no puede contener una profunda inspiración seguida de un hondo suspiro. Desde la vidriera la contemplan los ojos de un hombre, en la carátula de un libro: “Viaje a la felicidad”. Sonríe con nostalgia.

Levanta la mirada al ver reflejada en el cristal una imagen que le resulta familiar. Se vuelve. Queda un momento viéndolo, respirando su aire. Al rato, molesto por aquel silencio, el hombre empieza a andar.

— ¿Vienes?—pregunta simplemente.

Caminan un trecho, codo con codo. Malena aún no se ha repuesto de la impresión.

— Te creía en Estocolmo.
El hombre la mira, oprime suavemente su brazo y la lleva hasta el banco vacío. Le sonríe con dulzura.

— No he podido olvidarte. Lamento el daño que te hice. —Posa su mano sobre la de Malena. — Tienes motivos para odiarme.

Iba a preguntarle por qué había venido, pero el caparazón con el que había cubierto sus sentimientos, le hace difícil expresarse.

— Eres una mujer maravillosa y tuve miedo de no estar a la altura. Fui un cobarde. ¿Podrás perdonarme?

Malena siente cómo la sangre late en sus sienes y, poco a poco, corre por todas las venas, dejando una sensación de calor en todo su cuerpo. Respira profundamente y tarda, todavía, unos minutos en hablar.

— No eres digno de mi odio. Simplemente no existes para mí.
Se pone de pie y se aleja sin mirar hacia atrás. Se siente serena, fuerte, viva.

Al llegar a casa se lo cuenta a su hermana, compañera incondicional y generosa, quien la escucha sin perder ni una palabra, ni un gesto. “Así que Roberto ha vuelto”, piensa preocupada.

Con su vocación protectora, al día siguiente llama a la hermana de Roberto.

— No, no ha venido… que yo sepa. Me había dicho que hasta navidades no podría viajar.
 
 Elsa Velasco

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