jueves, 23 de mayo de 2013

Es imposible

La llamada que recibió aquella mañana fue el inicio de una serie de despropósitos que iban a alterar la rutinaria vida de Modesto Peláez.  Minutos antes de salir para dirigirse a su trabajo, sonó el teléfono. Pensó que sería una de esas llamadas comerciales que incordian a cualquier hora.

- Buenos días, le llamo del taller, quisiera hablar con D. Saturnino Santos para decirle que ya tiene arreglado el coche -exclamó una voz al otro lado de la línea.

- Se ha equivocado, no vive aquí –contestó.

- Pues el teléfono que tengo anotado es el que estoy marcando. Perdone.

Modesto colgó, molesto por hacerle perder unos minutos cruciales para coger el próximo tren. Llegó a la oficina a la hora exacta, fichó, se sentó en su mesa y se dispuso a encarar un día exactamente igual a los anteriores y posteriores de su tediosa vida. Cuando acabó la jornada, llegó a casa, enchufó la tele y, cuando se disponía a ver su programa favorito, llamaron a la puerta.  Al abrir, un mensajero le indicó que traía un paquete para Saturnino Santos.

Irritado, Modesto le vociferó que allí no vivía ese señor y que la próxima vez tuviesen la delicadeza de comprobar las direcciones. Cerró de un portazo.

No entendía lo que estaba sucediendo. Un error es posible, pero dos son improbables según las leyes de la lógica y la estadística.
Esa noche no durmió bien. Quizá se tratase de una broma urdida por alguno de sus escasos amigos. Eso sí, de mal gusto. O la venganza de algún compañero con el que había tenido algunos enfrentamientos.

Al día siguiente, intentó olvidar lo sucedido. A media mañana, recibió una llamada del banco en la que se solicitaba la presencia inmediata de Saturnino Santos en la sucursal bancaria ya que su cuenta corriente se había quedado sin saldo. Espantado, colgó el teléfono y tras unos minutos de zozobra interior, bajó al cajero de la oficina para comprobar si su cuenta estaba al corriente.

Lo que descubrió le dejó sin habla: varias anotaciones de salidas de fondos habían acabado con los escasos ahorros que iba acumulando para irse de crucero el verano.
Alegando que se encontraba mal, se fue a casa para recoger la documentación y dirigirse al banco.

Al introducir la llave, le extrañó que no estuviera activado el doble anclaje, porque siempre se aseguraba de cerrar bien la puerta, lo que le produjo una incertidumbre que se disipó cuando entró en el salón, y allí un sujeto lo interpeló alarmado.

- ¿Quién es usted? ¿Cómo ha entrado?

– Soy Modesto Peláez, el dueño de la vivienda y quien tiene que preguntarle a usted qué hace en mi casa.

- Me llamo Saturnino Santos y vivo aquí.

Modesto sufrió un desmayo en ese momento y cuando se despertó en la sala de urgencias, encontró una nota sin firma en la almohada que decía la vida no es tan aburrida a veces.

Carmen Alba


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