viernes, 17 de mayo de 2013

Pensamiento crítico

— Los animales son felices porque no razonan ni tienen pensamiento crítico.

Se ríen los tres amigos, celebrando las palabras de Juan José, quien había observado al gatito enroscado en un rincón del sofá.

— Pero nosotros, sí. Por eso es preocupante el declive de las humanidades en la universidad.

— Cierto. Esto quita recursos para el pensamiento crítico que mencionaste —remata Gema.
 
Sus ojos de un azul claro, enmarcados por los aros oscuros de sus gafas, miran alternativamente a los dos hombres.

Juan José, Ulises y ella misma discurrían, así, en su casa. Sentados alrededor de una mesa redonda de cálida madera, ante una taza de café, manifestaban su preocupación por los cambios de valores en la actualidad. El primero, escritor; profesor de historia el segundo y periodista la dueña de casa.

— Lo peor (expresa el profesor) es que también hay ausencia del discurso humanístico en la política; me parece una especie de barbarie.

— Es que ya estamos instalados en una forma de barbarie, al querer reducir todas las necesidades humanas solamente a ganar dinero.

Gema, tras escuchar la última intervención de Juan José, se dirigió a la cocina trayendo otra cafetera humeante; su aroma ya se había expandido por el comedor. El cálido recipiente pasó a ser el centro de la mesa y de atención, dejando a un lado el frutero repleto de colores.

Fue en ese momento, al sentarse, cuando su gata se acomodó en su regazo. Acarició su lomo atigrado, sin dejar de escuchar a sus colegas. Disfrutaba de estas reflexiones, intentando que no fuesen solo teoría.

— Es fundamental que las ciencias y las humanidades vayan juntas. ¿No os parece?

— Cierto. Lo científico es bueno cuando está contaminado de lo humanístico— acotó Ulises.

— Me pregunto a qué se debe este declive, el de las humanidades, digo.

La interrogación del escritor quedó flotando en el aire.

De pronto Gema notó en sus piernas una presión de las garras de su minina, y oyó que ésta le decía: “Se debe a la idea, que se ha impuesto, de que todo debiera gestionarse como si fuese una empresa.” Tres segundos de estupor y  escuchó su propia voz repitiendo lo que le había dicho la felina. ¡Le pareció un razonamiento excelente! Pero… ¿la voz era del animal o, acaso, fruto de su propio pensamiento?

— Es así, Gema; pero lo que no se puede hacer, nunca, es gestionar la educación como si fuera una empresa.

También el profesor estuvo de acuerdo con ambas intervenciones. 

Era evidente que ninguno de los dos había escuchado a la gata. Entonces, ¿había sido una alucinación?

Para su sorpresa, la felina habló nuevamente y Gema, sin capacidad de raciocinio, reprodujo sus palabras: “Actualmente se quiere imponer la idea de que las humanidades no sirven para nada;  solamente es útil lo que se puede cuantificar.”

Se revolvió en su silla Juan José y manifestó: “Es que no se puede cuantificar por qué soy más sabio después de leer a Shakespeare o de admirar una catedral gótica.”

La conversación seguía el curso normal para los dos hombres; no así para la mujer, que hacía un enorme esfuerzo por seguirla, sin que se notara su perturbación.
— Incluso se ha llegado a cuestionar el estudio de la historia medieval, aduciendo que ese período no aporta nada— continuó el escritor.

— Sí;  de hecho, hay menos alumnos que se matriculan a esta asignatura en mis clases.

Los tres (el profesor, el periodista y la gata) coincidieron en que es un mecanismo político tratar de acabar con el pensamiento histórico: “Si se pierden la historia y la filosofía, se pierde la memoria”.

— Y con ello seremos más manejables— concluyó Gema, con palabras de su mascota.

La mujer observaba los gestos de sus amigos, pero nada indicaba que estuviesen alterados por algo que no fuese la propia discusión. Miró a su alrededor buscando algún elemento raro en la estancia. La atiborrada estantería de libros seguía en su sitio, así como las lámparas, los cuadros y el sofá.

La sacó del ensimismamiento Juan José.

— Me apena dejar esto, cuando estamos llegando al meollo de la cuestión; es que tengo una charla con un grupo del 15-M de Madrid. 

Después de mirar la hora, todos se pusieron de pie, barajando fechas para el próximo encuentro. Se despidieron los dos amigos; Gema se quedó sola.

 Volvió al comedor con inquietud; se enfrentó a su gata.

— ¿Desde cuándo hablas, Morronga? ¡Qué sofocón al escucharte!

La gatita la miró y parpadeó, sin abrir la boca. “¡Dime algo ahora, anda!”. “Háblame como hace un rato”. El animal abrió aún más sus grandes ojos amarillos y lanzó un “¡miauuu!”.

Después de insistir sin obtener resultados, Gema se fue al cuarto de baño. Allí se miró al espejo para comprobar que era la misma persona. Se lavó la cara con agua fría y, secándosela con la toalla, salió al pasillo. Empezó a caminar, recorriéndolo de un extremo al otro. Retorcía la toalla, se rascaba la cabeza, se detenía con la mirada perdida y volvía a andar.

Bruscamente, se asomó al comedor, gritando a la minina: “¡Morronga, tú me hablaste, no estoy loca!”

Se volvió, llevando la toalla retorcida entre sus manos. A sus espaldas oyó: “yo no he dicho nada”.

Elsa Velasco

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