viernes, 17 de mayo de 2013

Amada Amanda o la Restittutio in integrum

Cuando doña Amanda Martínez de Bolaños salió de tomar el té del exclusivo Mario’s Tea, no sabía que sería la última infusión que habría de tomarse en su vida. En la acera le esperaba su fiel chófer junto a su flamante Rolls Royce. Éste le abrió la puerta y, en tanto que ella se acomodaba en el interior, él hacía tiempo colocándose el pasador de la corbata. Una vez cerrada la puerta, corrió a apostarse en su sitio frente al volante mientras echaba una ojeada por el retrovisor a la parte trasera.
–¿Doña Amanda?..

–Cuando quiera, Germán. ¿Podría subir la mampara? –preguntó amablemente la señora.
Dicho y hecho: el conductor cerró el cristal y arrancó el vehículo.
Doña Amanda estaba tan ensimismada mirando por la ventanilla que no se dio cuenta de que alguien había subido al coche, y ahora se encontraba sentado a su lado.
–¿Quién es usted y qué es lo que hace aquí? –preguntó contrariada la dama mientras intentaba abrir el cristal tintado que dividía el habitáculo.
–Poco importa que le diga quién soy… Lo que debe saber es que vengo del sitio que, por ley, le corresponde y que usted está ocupando una plaza que es mía, –le respondió una voz femenina y joven.
Doña Amanda no entendía la retórica de su acompañante y comenzó a sentir cierta inquietud. Encendió la lucecita del techo del Rolls y dedicó unos segundos a observar a la mujer. Era hermosa y algunas decenas de años más joven que ella. Tenía unos preciosos ojos del color de la miel hervida y, pálida, sus labios eran de un saludable rosa afresado. Vestía ropas elegantes, aunque ya pasadas algunos lustros de moda. El hecho de contemplar todos estos detalles de la anatomía y ropas de su compañera de viaje, le hicieron sentirse más tranquila y segura.
–¿Y bien? ¿Cómo puedo, sin conocerle de nada, estar en un lugar que es el suyo? –preguntó doña Amanda.

–Todo es fruto de un gravísimo error. Una injusticia que llevo años intentando que reparen. Hoy, por fin, el Tribunal ha fallado a mi favor. Aquí le traigo la sentencia que me otorga la razón ante Dios y ante los hombres, –dijo la mujer más joven, al tiempo que desdoblaba unos papeles con numerosas firmas y sellos oficiales.
Ambas se miraron profundamente. A tientas, doña Amanda cogió unos pequeños lentes de su bolso que se colocó, con toda la calma de que era capaz, y se dispuso a estudiar los documentos que se presentaban ante sus ojos.
–Curioso… Su nombre y el mío son prácticamente iguales… Amada Martín Bolaño y Amanda Martínez de Bolaños…–sonrió doña Amanda por la curiosidad.
–Por culpa de esa coincidencia, que a la señora tanto le divierte, llevo años pleiteando –sentenció la joven con evidente malestar.
–Disculpe si le molesté, no era esa mi intención, –agregó doña Amanda.
Al finalizar de leer la mujer quedó muy callada, girando su vista hacia la calle. Fue Amada quien retomó la palabra rompiendo el sepulcral silencio y haciéndole volver la cara.
–¿Entiende ahora el porqué de mi lucha? –preguntó la joven esperando un gesto de aprobación.
–Perfectamente, querida Amada, y bien que siento los pesares que ha debido ocasionarle tamaño error –balbució la vieja dama con voz apesadumbrada y asintiendo con la cabeza.

–Usted acaba de leer la sentencia que, para su información, es inapelable y que será firme dentro de apenas una hora. El juez ha  dictaminado, por derecho, que como desagravio a tanto daño procede la restitutio in integrum… –concluyó mientras echaba una ojeada a su anticuado reloj.

– Es de justicia… Pero no entiendo por qué nadie me notificó… –agregó doña Amanda con el latinajo aún dando vueltas en círculos por su cabeza.

–Ya sabe usted cómo funciona la justicia; es demasiado lenta… No sé si tiene usted alguna pregunta que hacerme… Quizá preferiría estar sóla en su última hora o tal vez… –Amada miraba a la anciana con cierta ternura.

–No, no, prefiero pasar un poco más de tiempo con usted, si no le importa. Y cuénteme, si le es posible, ¿cómo es el más allá? –interrumpió la anciana, que ya estaba hecha a la idea.
–Bueno, poco le puedo decir porque apenas he tenido tiempo de disfrutar de un día tranquilo. Entre jueces, fiscales y abogados ya se puede imaginar. Y todo porque un funcionario mortis, malnacido y de la peor de las estirpes, confundió nuestros nombres y vino con la papela a recogerme, cuando a la que le tocaba morirse era a usted…
–concluyó con rabia Amada.

–No se azore hija. Aún es joven y tendrá tiempo suficiente. Discúlpeme que sea tan descortés pero ahora sí preferiría estar sóla; dar un paseo y aprovechar los últimos minutos que me queden. Ha sido un verdadero placer conocerla. –remató doña Amanda.
El Rolls Royce se detuvo y doña Amanda Martínez de Bolaños abrió por última vez la puerta de su ya ex-flamante coche y descendiendo al asfalto. Una vez en la acera, toqueteó el cristal con los nudillos para que la ocupante del vehículo bajara la ventanilla y así poder despedirse. Ambas mujeres se cogieron de las manos.

–Se quedará usted en mi casa, como dicta en justicia la sentencia, pero ¿y yo? ¿Dónde está mi lugar? –inquirió con cierta curiosidad doña Amanda.

–Ah, sí, disculpe, ¡qué bruta soy!.. Le he traído una foto de mi parcela en el cementerio de Villarrobledo. Es amplia y está orientada al Norte. Mis padres no escatimaron los cuartos y es una de las mejores; ya lo verá. Además no habrá que hacer mucho gasto en la lápida puesto que nuestros nombres son prácticamente iguales –concluyó Amada mientras le entregaba una vieja fotografía, en blanco y negro, en la que se veía una bonita losa de mármol.

Por María S. Martínez

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