viernes, 24 de mayo de 2013

No se te ocurra hacer lo que estás pensando

La cara de estupefacción que debí poner no le pasó inadvertida a Bernal. Cuando la noche comenzaba a ponerse interesante y yo empezaba a encenderme, llegó el mensaje a mi teléfono. Lo saqué del bolsillo derecho del pantalón y leí el texto: “No se te ocurra hacer lo que estás pensando”.

Esa mujer es el mismo diablo. Cada vez que he intentado alguna aventura amorosa ha ocurrido lo mismo. Conseguía que desistiese de mis objetivos. Pero, ¿cómo podría ella saber lo que hacía?

No lo puedo remediar, lo reconozco. Las mujeres me fascinan. Mucho mejor si no superan los treinta. No es complicado conseguir trofeos dentro de la empresa. Es mucho el personal en prácticas y muchos los que, por mantenerse en plantilla, realizarían acciones poco decorosas. A pesar de mis casi cinco décadas de existencia, el físico me acompaña y mantengo intacto  el don de gentes.

Hace tres meses, un martes por la noche, que todo el personal había desaparecido antes de lo previsto, quizás por aquel partido tan importante, quedamos en mi despacho Valverde y yo. Esa minifalda. Aquellas medias negras de rejilla. Su sonrisa insinuante. Mis dedos jugando a las damas entre los rombos de sus piernas. A punto de lanzarme sobre ella… ¡Zas! El mensaje: “No se te ocurra hacer lo que estás pensando”. La pasión se esfumó.

Hará más o menos un año. A la salida del trabajo. González, una niña bien, coleccionista de títulos postgrado, me invitó a una copa en su coqueto apartamento. Después de varios tragos comenzó a calentarse el ambiente. Cuando empezábamos a juguetear y ya estaba a punto de explosionar, de mi bolsillo salieron los pitidos amenazantes. El mismo aviso de siempre. El termómetro se desplomó.

La primera vez que recibí el aviso fue hace dos años, un lunes. Me había costado convencer a Rubio para que tomara una cerveza a la salida. El primer día que apareció por la oficina, con el clásico traje de chaqueta gris, por debajo de las rodillas, sin duda prestado, y esa turbación que iluminaba su bello rostro, me propuse seducirla. Me costó casi los tres meses del periodo de prueba. Después de varias cañas, conseguí que empatizásemos. Buscamos una mesa apartada. Leía las líneas de su mano mientras me aproximaba a ella. Empecé a excitarme como con ninguna, hasta que, desde el bolsillo del pantalón, una vibración me avisaba de lo que no debía hacer.

Odiaba a la madre de mi mujer. Me había calado desde el primer día, al contrario que la ingenua de su hija. Varias veces me había amenazado con desvelar mis propósitos delante de todo el mundo y darme un escarmiento. Siempre he pensado que me había estado espiando y enviándome aquellos persuasivos mensajes. Como cuando empezaba a desatarme con Rubio, Valverde, González y con tantas otras aspirantes a contrato indefinido. Pero ahora algo me ha descabalado del todo, con Bernal, ¿por qué?, si mi suegra llevaba dos meses fallecida.
Por Vicente Briñas

No hay comentarios:

Publicar un comentario