sábado, 1 de marzo de 2014

Cunetas

Desde mediados de octubre, Carmen siempre muy previsora, ya se iba preparando. El día 1 se acercaba y no podía faltarle lo indispensable.

En los paseos matutinos, ya fuese para hacer la compra o charlar con las amigas, le echaba el ojo a una floristería o una pastelería. Los crisantemos debían ser muy frescos, si no se estropearía el blanco reluciente de sus pétalos que contrastaban con las rosas, y sobre todo bien cortados, que tuvieran un tallo suficientemente largo para realizar bien la corona. Le gustaba hacerlo ella misma y recordar cuándo había aprendido todas esas costumbres. 

Preparaba los buñuelos y los huesos de santo, permitiéndose solo ese día al año comer hasta que le apeteciera, sin dejar ningún pequeño hueco en el estómago. Cuantas más almas pasaran el Purgatorio, menos cosas tendría Dios por perdonarle. Eras calorías de más. Pura gula. Sabía que las necesitaría, cargada con las flores y una caja de dulces, subía andando por la Avenida de Daroca hasta la puerta principal del cementerio. En el bolso, un plumero y varios trapos viejos. Toda vestida de negro, se sentía diminuta pasando entre los altos cipreses.

Pero este año, el día 1 amaneció y Carmen no estaba preparada en la puerta de casa para salir camino a la Almudena. Permanecía en la cama y, aunque si se había despertado muy temprano, seguía entre las sabanas. Miraba fijamente al techo buscando algo que ver en el gotelé.

Decidida a dejarse llevar por la pereza, ni siquiera se vistió, únicamente se echó su vieja bata de lana sobre el camisón ya roído. No había buscado ninguna de las flores, ni ingredientes para sus dulces. Comió unas cuantas sobras hasta hartarse, y se volvió a la cama a tener una buena siesta. A las once de la noche empezó a prepararse, ya mas ilusionada. Un buen vestido y el pelo en un moño bien tenso. Los zapatos de su boda, blancos relucientes y un poquito de colorete, ya que no sabía maquillarse mucho más. Puso sobre la mesa los recipientes cerámicos que utilizaba habitualmente para hacer flan, una jarra de agua, la botella con aceite y una de anís, junto a un vaso corriente, posiblemente el único que le quedaba sin marcas de uso. Lo que más tiempo le llevó fue recortar unos pequeños círculos de papel, y unos trocitos de cordones viejos. A las doce, justo cuando comenzó el día 2, encendió sendos pequeños farolillos, se sirvió una copa del anís y la bebió lentamente mientras bailaba en el salón las canciones que recordaba de su ya tan lejana juventud.

Si sus hijos la hubieran visto se abrían reído hasta caer por los suelos, pero ya no podrían volver a reírse con ella, ni con ninguna otra cosa de las que les gustaban. Cuando se fue su marido lo entendió, aunque le doliera pensó que debía ser así, Dios tiene un plan para todos, y para ella debía de tener ese. Pero sus hijos… eso no podía entenderlo. Jamás entendería seguir viva sin ni siquiera haberles podido dar un lugar de descanso digno. Una vez tachado de enemigo no podías esperar nada. ¿Dónde estaba la justicia? Esa es la pregunta que le había hecho Carmen a su párroco y por la Gracia de Dios la mandó unos cuantos Ave Marías.

Ya no quería santos ni destino. A ella ya solo le quedaban sus difuntos;  personas que por supuesto podían ser imperfectas, más o menos según quien los mirara, pero ya solo ellos merecían sus atenciones. Con ellos pasaría la noche, hasta caer rendida por el anís. 

Por Alicia Victoria




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