lunes, 3 de marzo de 2014

El incidente que cambió la vida de Helena con hache

Nací en Madrid en el seno de una familia tradicional católica y conservadora. Me bautizaron como se hacía entonces con todos los recién nacidos. Hice los dos años de catequesis para tomar mi primera Comunión. Después vino el año de preparación para la Confirmación y, posteriormente, los cursos obligados para el Matrimonio. Empecé estudios que nunca acabé por mi impaciencia y porque no encuentro actividades que retengan mi atención por espacio superior a dos o tres años. Tuve dos hijas. Conseguí aprobar alguna oposición y logré un trabajo estable que, sin grandes excesos, me permitió vivir con comodidad. Todo era armonía hasta que ocurrió el incidente, pero de eso no quiero hablar… Es más, mi abogada me ha dicho que guarde silencio absoluto sobre ese episodio, que no pronuncie palabra alguna o que finja amnesia o locura transitoria y eso es lo que hago: callo.

Para aquellos a los que les interese mi nombre es Helena, por supuesto con hache, aunque en los papeles oficiales figure sin ella. Rosy, con y griega, dice que estas reivindicaciones ortográficas imprimen carácter a las personas y de eso aún guardo mucho en mi interior. 

Desde hace tres años soy bloguera y, a través de la red, me conecto a un mundo en el que me siento diferente y lejos de mi realidad. Siempre a la misma hora creo una nueva entrada, elijo letra y tamaño de la misma, inserto una imagen, previsualizo y público… En pocos segundos mis palabras vuelan por toda la red y, en breve, alguna de las personas que me siguen –que ya son varias docenas– me dejará un comentario y se dibujará la primera sonrisa del día en mi rostro. Aunque a algunos les pueda parecer una estupidez, he recorrido el mundo a través de enlaces o siguiendo avatares. Argentina, Finlandia, Brasil, Hong-Kong, Suecia, Chile… Desde hace algunos meses y, aunque mis amigos del “otro lado” no pueden verme, me arreglo de manera especial para sentarme frente al ordenador. Y es que he encontrado un motivo romántico para hacerlo. En mi corazón está germinando un sentimiento especial hacia una de esas personas que, tan amablemente, me deja grabadas sus palabras a modo de comentario. Me invade la alegría cuando se despide con hermosos saludos. Noto el calor de sus brazos cuando me envía tiernos abrazos y me estremezco en mi cuarto recordando los besos con los que, de cuando en cuando, me obsequia Quisiera pregonarlo a los cuatro vientos, pero debo ser discreta; esto también me lo ha dicho mi abogada porque otro incidente podría ser fatal para mí. No conozco su nombre real. Tampoco sé a ciencia cierta si es hombre o mujer, ni me importa; pero el efecto que me produce ver su avatar es lo más cercano al amor que he conocido nunca. Y hasta siento mariposillas revoloteando en mi estómago… ¡Pobre tonta!, me digo. 

Sueño con poder atravesar la pantalla y allá, en el otro lado... abrazarle y besarle con todas mis fuerzas o bailar, ¿por qué no..? Bailar hasta caer rendidos. He inventado una vida maquillada que comparto con un mundo virtual y he creado un ambiente en el que no falta de nada: tengo una casa, mi pareja, hablo de trabajo, cuento cosas de mis hijos... Un mundo irreal, de ficción, pero que me pertenece solo a mí. Tras el incidente es la forma que he encontrado para ser feliz y la única de que dispongo para serlo. Y me siento especial por haber encontrado el amor… Un amor en silencio, que desconoce mis sentimientos, y una ilusión para levantarme cada día y soportar los tremendos tortazos que me ha propinado mi mala cabeza... Un motivo para reír, a pesar de todo, y alguien en quien pensar cada noche al cerrar mis ojos.

–¡Por favor! Vayan cerrando los equipos. El taller ha concluido…
–Espere, solo es un momento…
–Mañana volverá. Cierre el equipo, ¡por favor!
–Sí, sí, solo un segundo… ¡Ya está..! Cerrado.
-¡Vamos!, tiene que volver a su celda, le está esperando la funcionaria… Siempre es usted la última.
-(En un susurro)… ¡Hasta mañana, amor mío..! (Esconde un beso en su mano y lo deposita con disimulo sobre el teclado).

Por María S. Martín

No hay comentarios:

Publicar un comentario