viernes, 28 de febrero de 2014

Otra Navidad es posible

Marta detesta la Navidad, su obligado consumismo y las aparentes muestras de bondad que todo el mundo practica y que mueren apenas comienza el año. Va sentada en el autobús, el último,  ya se sabe que en este día el mundo se paraliza a mediodía. Por eso esperó, confiando en perderlo para tener la coartada perfecta y no acudir a la inevitable cena de Nochebuena. Otra vez a escuchar las ocurrencias de su cuñada, esa mujer de cuerpo convexo y lengua bífida con la que siempre acaba discutiendo entre densos vapores de resentimiento.

Intenta pensar en otra cosa. Mira distraída al resto de los pasajeros. Apenas se ha llenado la mitad del autocar. Busca caras felices y no las encuentra. Las conversaciones que escucha no son muy navideñas, precisamente. 

En el asiento opuesto al suyo va sentado un chico que enseguida despliega el ordenador y bucea por el ciberespacio. Le recuerda a sus sobrinos. A ella las tecnologías la han pillado tarde.

El vecino de asiento, Alberto, ajeno a las cavilaciones de Marta, va a pasar la primera Nochebuena con la familia de su chica. No le agrada demasiado, sobre todo la madre, que parece sacada de una película de Almodóvar, con esos peinados imposibles y esa forma barriobajera de hablar y gesticular. Pero va incluida en el lote y tiene que aceptarla para ser aprobado. Le gustaría cenar solo con su chica y olvidar a la familia. Aunque a la que realmente le gustaría conocer del variopinto universo de personajes que le ha descrito su novia es a la excéntrica tía Marta, enemiga acérrima de la Navidad. Seguramente la verá y compartirá con ella muchas aficiones.

El autobús inicia la marcha. Juanjo, el conductor, ha solicitado trabajar ese día para olvidar. Es la primera Navidad sin su Paula, el dolor es muy fuerte y quiere estar solo, trabajando. Cuando acabe la jornada, volverá cansado, se tomará un hipnótico y se meterá en la cama. 

A los pocos minutos, se oye un ruido ronco y áspero procedente del motor. Los pasajeros se alarman. Parece que atrás se ha formado una nube de humo negro y espeso. Juanjo intenta salir de la autopista para detenerse. Afortunadamente, encuentra un bar de carretera. De esos que aparecen en las películas, pequeño, familiar. Cree que la avería es importante; llama a la compañía de seguros y le contestan que en estas fechas podrán tardar más de lo normal, hay poco servicio. Se lo dice a los viajeros y entran en el local, unos quejándose, otros, diríase que reconfortados. Se distribuyen por las mesas del recinto que a esas horas están todas libres y esperan. Los dueños, una pareja de edad indeterminada y carácter afable, les traen cafés y bebida y unas tapitas y dulces, obsequio de la casa. ¡Qué fastidio! Una noche así, la familia esperando y el autocar averiado. Va pasando el tiempo y los del seguro no llegan. Entonces, la pareja del bar les hacen una oferta: ¿por qué no cenan allí? Ya es tarde, no van a llegar a tiempo y podrían pasar una Nochebuena diferente, con personas desconocidas, sin obligaciones afectivas ni familiares. A veces son la mejor compañía.

La verdad es que todos se van impregnando del espíritu de aquellos singulares desconocidos que huyen también de las fiestas y parecen haber encontrado una forma diferente de pasar por ellas.

Al poco rato están todos contando sus vidas, olvidando su dolor y alejándose de la imagen aburrida de todos los años. Es como una catarsis colectiva tras la cual todos se sienten liberados, reconfortados.

Para Marta, Juanjo y Alberto ha sido la mejor ochebuena, la más sincera que han pasado en muchos años. Cuando llega el servicio técnico todos se sienten mejor. Llegarán tarde a la cita. Pero les da lo mismo. 

Mañana será otro día. 


  1. Por Carmen Alba

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