martes, 25 de febrero de 2014

¡El pan!

Aquella familia no tenía nada en especial. Su estructura era la tradicional de la época. Y cada uno de sus miembros asumía el papel  que le había correspondido desempeñar en dicha estructura. 

Paco era el cabeza de estirpe y nadie osó poner su liderazgo en duda. Hombre de corta estatura, no muy fuerte, con carácter firme que irradiaba a todos miembros una  cierta sensación de seguridad.   

Marta, su mujer, ejercía diversas funciones con abnegación y siempre en silencio. Mientras observaba los pasos de los vientos y como se le iban aclarando los cabellos y como el tiempo iba borrando sus agraciados rasgos de la bella “pueblerina”. 

Con el paso del tiempo Marta se comenzó a sentir sola, seria, pensativa y paseaba suplicante de palabras dentro del pequeño castillo que había  conseguido fabricarse en su pequeña morada rodeada de inermes utensilios que parecían tener mil ojos que la miraban con lástima y clemencia pero a los que ella se aferraba con la necesidad de sentirse  útil y necesaria.   

A finales de cada mes, Marta recibía un puñado de escasas monedas con las que tendrá que mantener a su familia, sin que saliese de su boca queja alguna; ella siempre supo que en aquella cárcel la correspondía escuchar y trabajar.

Mientras, el bueno de Paco no se cansaba de repetir, en voz alta, con orgullo y seguridad su máxima: “Mientras yo viva, mi Marta no limpiará culos ajenos”. Y, a fe que su máxima la llevó hasta sus últimas consecuencias. 

Su mujer jamás tuvo que ocuparse de más funciones que criar a sus hijos, hacer comidas, lavar, planchar, cuidar animales, cargar arena, ladrillos, cemento para construir su chabola, hacer las vestimentas de la prole, dar lustre a las cuatro paredes… Y otros diversos menesteres.  

El jefe cumplía su parte del trato, se ocupaba de trabajar cuantas horas fuese preciso. ¡Más de veinticuatro horas diarias! Repetía, una y otra vez el bueno de Paco, y más si fuera preciso. Todo con tal de que sus máximas se cumpliesen y su autoridad no quedase en entredicho.

Con el paso del tiempo, de los sudores y las privaciones los cónyuges lograron atesorar unos ahorrillos con los que comprarse una pequeña máquina con la que trabajar los escasos periodos que aún les quedaban libres. 

Así fueron quemando sus calendarios conservando siempre la misma organización.  Fueron perdiendo vista, oído, engordando piernas, adquiriendo enfermedades mientras les volaba el pelo y cuerpo le les llenaba de arrugas, kilos y achaques que aminoraban y doblaban sus cuerpos.

Ahora inmersos ya en el invierno, sin apenas pasear por la primavera y sin cambiar de indumentaria Marta y Antonio se siguen soportando y mantienen siempre las mismas costumbres.   

Marta continúa cosiendo, planchando, cocinando, limpiando…. Y el bueno de Antonio, su  “Jefe”, ahora ya jubilado consume el tiempo examinado los vinos del barrio, dominando cartas y recordando los viejos tiempos en los conseguía el sustento de los suyos de chato en chato, de taberna en taberna.       

Los retoños fueron creciendo y formando sus nidos aunque regresaban  puntuales los domingos y fiestas de guardar al viejo hogar. 

Ayer domingo vimos a Antonio sentado en la orilla habitación que hacía las veces de comedor y sala de estar alrededor de una de la pequeña mesa redonda, cubriéndose las piernas con una pequeña manta a cuadros rojos y negros que le ayudaban a sobrellevar el frío y los años. 

Poco tiempo después se pudo escuchar su aún potente y autoritaria voz: “Marta el pan”. 

Y la buena de Marta, con sus cortas y encorvadas piernas, invadidas por múltiples vías oscuras fruto de sus incontables caminares arrastraba sus huesos esforzándose por aparecer a la mayor brevedad ante la presencia de su amo.

Sin esperar a su llegada, impaciente e insolente Antonio volvió a gritar:  "Marta, el pan!

Marta –dubitativa y temblorosa- acertó a contestar: “¡Ay, Antonio,  si te lo he puesto encima de la mesa!"

Antonio apenas si levantó los ojos, la miró, y sin mover un solo nervio contestó: "¡Ya!, pero no está cortado".

Por Jesús Ramírez

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