Suena el teléfono.
Raro, muy raro. ¡A estas horas! Si mis amistades saben que no hay nadie en casa más que yo, y conocen mi compromiso por reunirme en secreto con extraños personajes y debatir con ellos las soluciones más absurdas, en posición horizontal.
Escucho una dulce y empalagosa vocecita femenina que me interroga con suma amabilidad desparramando una retahíla de bendiciones a la carreta.
-¿Es usted don José García del Valle?
- Sí, señorita en que puedo ayudarla.
No sé si les había dicho, pero al otro lado del hilo telefónico sonaba una preciosa melodía de fondo que acompañaba la joven y modulada voz femenina. Mis oídos gozaban así de la desmedida ternura que provocaba la situación.
- Buenas tardes don José, mi nombre es Natibel Fernández, directora de comunicación de la empresa de estudios de mercados; podemos hacerle una breve entrevista, serán sólo unos minutos.
Mientras mis ojos se juntaban y solicitaban mi descanso, los oídos se iban abriendo -más aún-. Comienzo a tratar de justificar mi actitud colaboradora: “Seguro que a esa joven la pagan por entrevista realizada, seguro que tiene una amplia preparación académica, pero no encuentra otro trabajo, están las cosas tan mal… Además, a mi también me gustaría que si mis hijos se encontrasen en esa situación los ciudadanos les ayudasen y,… después de todo, me cuesta tan poco…
- Pero rápido, por favor que iba a salir de casa en estos instantes, de hecho me ha cogido usted en la puerta –aclaro- y…
-Serán sólo unos minutos -me indica la amable señorita.
Miró el reloj.
-Bueno, dígame.
- En primer lugar: ¿Qué edad tiene?
-59 años. Contesto con voz segura y firme, satisfecho de haber sabido responder a la primera pregunta.
-Lo siento señor, pero a su edad la opinión ya no nos interesa.
Se oye un pitido punzante y continuo en el auricular.
Por Jesús Ramírez
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