domingo, 23 de febrero de 2014

Enigmática amenaza


Terminé de escribir la canción y decidí incluirla para mi siguiente concierto. Llegó el día. Todo estaba preparado aunque aún quedaba un rato para que el evento comenzase. Un hombre desaliñado, aparentemente borracho, que estaba en primera fila se acercó a mí y me preguntó por qué no empezaba el recital. Le contesté que aún no era la hora. El sujeto en cuestión se enfadó mucho y comenzó a gritar diciendo que él merecía que cantara para él y se marchó.

Un poco extrañada por lo sucedido, pensé que todo estaría mucho mejor  sin él dando la lata. El concierto transcurrió con alegría y en paz. Los espectadores y yo disfrutamos mucho.

Cuando llegué a casa tenía una carta extraña, sin remitente, que me decía que era una zorra, que él sólo quería estar conmigo y que yo le ignoraba. Inmediatamente, pensé en el tipo del concierto. Seguramente se trataba de un degenerado. Pero, ¿cómo habría conseguido mi dirección?

Pasados unos días olvidé el incidente y volví a mi música; continué componiendo y con los conciertos, feliz y sin pensar en nada más. Pero al salir de casa encontré otra carta. Estaba en el mismo tono que la anterior y decía: “Maldita zorra, te entretienes con tu música y con tus amigos. Te lo voy a hacer pasar muy mal. Te mataré”. Este mensaje me hizo sentir muy incómoda, tuve  miedo al pensar que podría tratarse de un loco peligroso que fuera capaz de hacerlo.

Los mensajes se repitieron una y otra vez y con ellos mi nivel de ansiedad. Empecé a sospechar de todo el mundo: de mi vecino, de mi mejor amigo, del portero…

Transcurrieron los días y continuaban las notas. Cada vez estaba más asustada. Comencé a sufrir terribles dolores de cabeza. Lo achaqué a la falta de descanso debido a mi ansiedad. No recordaba mis sueños. Sólo sabía que me levantaba cansada a pesar de haber dormido.


Un día conecté la cámara de vídeo para grabarme cantando para un vídeo-clip y se quedó encendida sin querer. Al día siguiente visualicé el contenido. Cuando vi lo que estaba grabado me llevé una sorpresa. Vi como me levantaba dormida, tomaba un papel y escribía y lo colocaba en la entrada de la casa. Después me volvía a acostar. Caí en la cuenta: era yo quien me escribía los anónimos, los insultos y amenazas. Los escribía dormida. Me levantaba sonámbula. Era increíble: Mi peor enemigo era yo.

Por Rosa Velasco

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