viernes, 16 de marzo de 2012

Cartas de amor (I)

Estimada Adela:

Se sorprenderá al recibir esta carta. Soy Matías, su consuegro. Usted dirá que por qué  no la llamo, teniendo su teléfono. Lo que pasa es que tal vez me vea como muy decidido y hablador, cuando coincidimos algunos domingos en casa de nuestros hijos. Pero a veces soy tímido y no me atrevo a decirle, cara a cara, lo que siento.

No sé si se habrá dado cuenta de que he cambiado, no sólo por fuera; ahora me preocupo por ir bien vestido. Pero ¿se ha dado cuenta de que la miro diferente?

Sabe usted, desde que enviudé, hace casi un año, me he vuelto más callado y más observador. Ahora miro con más interés a las personas que me rodean. Debe ser porque estoy muchas horas solo y me da por pensar.

Adela, usted siempre me ha parecido una mujer atractiva y simpática, pero ahora la veo más guapa y alegre. También más moderna. Eso me llamó la atención. Y le diré una cosa: pienso mucho en usted en la soledad de mi casa. Usted también está sola. Y digo yo: ¿no podríamos vivir mejor si estuviéramos juntos?

Aunque ya no cumpliremos los 65, estamos sanos y tenemos muchos años por delante. Yo estoy fuerte y puedo cumplir en la intimidad sin pasar vergüenza. Perdone mi atrevimiento, pero prefiero ser sincero.

Con nuestras pensiones podríamos disfrutar la vida y darnos los gustos que nos apetezcan.
A veces, sueño que estamos los dos en mi casa -es más grande que la suya- y mientras usted está en la cocina, yo pongo la mesa. Luego nos sentamos en el sofá a ver una película o algún programa, como “El Intermedio“, que a usted tanto le gusta. 
Adela, no tome a mal esta carta y piense en lo que le propongo.

A sus órdenes, para lo que usted guste. Su rendido admirador,
Matías.

* * *

Matías:

Contesto su carta porque soy educada; y espero que sea la primera y última que me escriba.

Ha observado bien mi cambio, pero le ha faltado vista para notar el más importante: el interior. No soy la misma de los últimos años. He recuperado mi personalidad, mi libertad, el entusiasmo por las cosas que me interesan. Hago lo que quiero, cuando me da la gana. No estoy atada a horarios ni a obligaciones, como cuando estaba casada. Dejé de ser la cocinera, la lavandera, la contable, la enfermera, la psicóloga. Porque eso esperaba  mi marido de mí y fui educada para complacerle. Como ocurre con la mayoría de los matrimonios de nuestra generación.

¡Pero se acabó! Ahora soy yo, Adela. Disfruto cada día de lo que quiero hacer: cantar, bailar, ir al cine o al teatro, merendar en el centro con mis amigas. Hasta soy una mujer más culta. Sí. Asisto a un taller de literatura y he recuperado el placer de leer. ¡Ni se imagina lo que se aprende con los buenos libros!

¿Se cree que voy a cambiar esto por lo que usted ofrece?

Lo que está buscando es una chacha. ¡Contrátela! Hay muchas mujeres inmigrantes que no tienen más remedio que hacer este trabajo por un escaso sueldo. Llame a una y trátela bien, por favor.

Adiós.
Adela

P.D. Y eso de que va bien vestido... ¡Por favor! Su ropa es horrible. ¡Modernícese, hombre! Por fuera y por dentro.
Por Elsa Fías

No hay comentarios:

Publicar un comentario