viernes, 16 de marzo de 2012

Cartas de amor (IV)

Por favor, continúe con la vista fija en el papel y, aún, no me dirija la mirada, evitando así que la brasa de mis mejillas me delate.

Como en otras ocasiones, le entrego la lista con el género que necesito. Pero esta vez, lo que le pido es una pieza muy especial, única, intrínseca, que sólo usted puede proporcionarme.

Desde la primera vez en que le contemplé, sublime, detrás de ese mostrador, rodeado de lustrosas carnes, deseosas de ser manipuladas por sus ágiles y largos dedos,  leyendo a Neruda, a la espera del primer cliente vespertino, mis cuerdas vocales se desvanecen al verle.
Esta osadía sería imposible de no haber vislumbrado, en el interior de esa profunda mirada, atisbos de deseo hacia ésta, su adoradora.

Le ruego que esa pieza que le pido, sin duda jugosa, tersa, bella… la entregue esta noche. Permítame que, como única moneda, le ofrezca lo mejor de mí.

* * *

Querida señora de los ojos de miel,
nunca sentí tanta honra.
Honrado, pero mi valor sólo llega
hasta su buzón,
el buzón de su alma.

De veras que mucho siento
no ser el típico hombre,
perdiéndome así el disfrute
de su belleza,
de su perfecta hermosura.

Aunque sólo sea esta noche
odio mi sino cambiado.
La vida va a castigarme,
me niega,
de los héroes el manjar.

No obstante, señora mía,
siempre será bienvenida
en la mi casa, la suya,
con su trono,
en su trono de reina.

Por Vicente Briñas

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