miércoles, 22 de febrero de 2012

Lunes 13

Luisa sale temprano hacia el trabajo. Es joven, guapa y viste muy elegante y moderna. Ya en la calle, nota que la gente que pasa sonríe al verla; uno, incluso, se ríe a carcajadas, mirándola de pies a cabeza. Curiosa, se observa en un escaparate y… ¡va con zapatillas de lana!

Vuelve corriendo a casa y se pone los zapatos. Este incidente le da mala espina. Tendrá que ir de prisa para no llegar tarde. Es muy puntual.

Llega al edificio donde se encuentra su oficina, en el piso 16. Como subir en el ascensor le produce miedo, prefiere compaginarlo con las escaleras. Eso sí: jamás pasa por el piso 13 dentro de él; desde el doce va a pie.

Pero hoy  anda apurada de tiempo y se monta en el bajo para ir directamente a su planta. Menos mal que no va sola. Aún así, se tensa. Suspira aliviada cuando se anuncia que ha llegado.

Al salir del ascensor ve, con sorpresa, que el pasillo no es el mismo de siempre; éste es muy largo, sin puertas, con excepción de una al final del mismo. No puede ser. Se asegura de que es la planta 16. No cabe duda, porque hacia arriba no hay otra. Baja un tramo de escaleras y comprueba que la anterior es la 15. Vuelve.

Con recelo se dirige hacia aquella única puerta. El trayecto se le hace extraño. Ya frente a la misma se sorprende del color: roja y azul.  Duda un momento y llama. Sale una mujer vestida con los mismos colores.

- Que vols?- le pregunta en catalán. Luisa se queda  muda.
- Que vols?- insiste la mujer.
- …
- No parla catalá?
- No. ¡Pero es que estamos en Madrid!
- ¡Cómo! ¿Qué dice? -la mira con desconfianza. ¡Estamos en Barcelona!

Luisa  la escucha atribulada. Piensa: “¿Por qué me engaña esta mujer? Me quiere confundir. ¿Por qué?”

La mira a los ojos profundamente, intentando leer sus pensamientos. La otra parece imitarla.
Luisa gira la cabeza y contempla una vez más el pasillo estrecho y largo, tan extraño. Se frota los ojos, sacude la cabeza, se tambalea y se apoya en la pared.

-    ¿Se siente bien? ¿Quiere entrar y tomar un poco de agua? -su voz se ha vuelto más suave y amable.

Entran a una sala grande, dividida en espacios pequeños por medio de paneles. Se oye el murmullo de mucha gente trabajando. Las paredes están cubiertas de carteles, anagramas, fotos de… ¡del Barça!
Luisa se sienta y bebe un poco de agua, mientras sus ojos recorren la enorme sala.
 
Montse, que así se llama la mujer, le explica el trabajo de merchandising que llevan a cabo y le enseña algunos productos propios. “Venga”, le conmina. Por una escalera interna, bajan a otra planta donde se encuentra la parte audiovisual. Desde una ventana Luisa ve un ascensor exterior, de cristal.

- ¿Este ascensor..?
- Va directamente a la calle- responde la catalana.

Luisa, que está como en una nube, aunque no cree que se encuentre en Barcelona, le pregunta si puede salir por ahí.

-  Claro, mujer. Puedes bajar por éste. ¿Ya te encuentras bien?
- Sí, sí, gracias.

Montse no está muy segura de ello. Le nota una expresión perdida, como desamparada. Por eso le dice:

- Si no te sientes bien y necesitas algo, no dudes en venir o llamarme. Toma mi tarjeta.

Agradecida, Luisa se monta en el ascensor, donde ya se metieron tres hombres con portafolios y varios rollos de cartulina.
También van hasta la planta baja.

Atraviesa un amplio hall hasta una puerta giratoria que comunica con el exterior.
Ya en la acera, boquiabierta, comprueba que no es la calle de su oficina de Madrid. Mira hacia arriba: este edificio tampoco es el mismo. Camina hasta la esquina, lee el rótulo en la pared “Carrer Sant Jordi”. Sigue caminando sin dar crédito. Lee, aún con la expresión embobada: Bar El Vaixell, Restaurant del segle XX, Pastelería Mercè.

Su confusión va en aumento. “¡Esto no es Madrid!”. Se siente floja; se apoya en un portal. De pronto, sale del mismo una chica joven con un bebé en su cochecito. Se observan.

- ¿Se siente bien?
- Estoy un poco mareada, pero ya pasará. ¿Puede decirme qué día es hoy? Estoy confundida.
- Hoy es lunes -Luisa espera que continúe. Lunes 13 de junio, para ser exactos.
- Claro, claro. Gracias. Me voy al bar a tomar un café.
- ¿Ya está mejor?

Asiente la madrileña y se marcha.

Pide un descafeinado. Mientras se lo bebe, recorre con la mirada las paredes y el televisor que está dando noticias en… catalán.

Pierde la noción del tiempo, mirando a la gente que entra y sale, muchos hablando en la lengua local.

Por más vueltas que le da al asunto no puede entender qué es lo que pasa. “¡No es posible montar en un ascensor en Madrid y salir de él en Barcelona! ¡Algo extraño está ocurriendo! ¿Estaré delirando? ¿Me habré trastornado?”

Paga su consumición y sale. Camina en línea recta inspeccionando todo: personas, casas, coches, una  boca de metro que tampoco es madrileña…
 
Son las once de la mañana. Se detiene dándole vueltas a ideas que le vienen sin orden ni lógica alguna. Saca el móvil y llama a su hermano. Pero, ¿para qué? Si le cuenta esto le dirá que está loca. Pero necesita saber que está en este mundo, que sigue ahí su familia… Escuchar su voz le hace bien; le pregunta cómo está y le avanza que tal vez se pase más tarde por su casa. Se despide.

Decide volver al lugar donde comenzó el conflicto, la oficina publicitaria del Barça. Recuerda bien la entrada porque no se ha alejado mucho.

Si sube por el ascensor de cristal, entra al local y sale por la otra puerta, por la que antes había entrado… ¡Claro! Haciendo el recorrido inverso, tendría que ir a parar, al final, a la planta baja del edificio de “su” oficina. Sonríe, con esperanzas de que dé resultado.

Va decidida. Ya en el segundo ascensor, vence el miedo de pasar por el piso 13. Salir de este embrollo es urgente y prioritario. Tiene suerte: va acompañada por otras personas.
Se acerca el final del recorrido. Siente fuertes latidos en el pecho y en las sienes.

Ha llegado a la planta baja. Se abre la puerta y… allí está el conserje de siempre y la puerta de hierro negro con dorados que da a la calle. Da un suspiro tan profundo que algunos se vuelven.

-    ¡Hasta luego!-saluda.

El portero le contesta del mismo modo.

¡Ya está en Madrid! Sonríe por un momento, pero no está tranquila. Llama nuevamente a Enrique, su hermano, anunciándole que se dirige a su casa.

Se quedan los dos en silencio, cuando ella termina el relato de los hechos.

- Me estás tomando el pelo, nena -ella niega con la cabeza y él se pone muy serio.
- ¿Así que hoy no fuiste a tu trabajo? ¿Te tomaste alguna pastilla especial anoche o esta mañana? ¿Fumaste alguna droga?
- ¡NO a todo! Me he levantado como todas las mañanas, he salido a la misma hora, y todo lo demás que te he contado.

Enrique coge el teléfono, llama al trabajo de su hermana, pregunta por ella, escucha en silencio y dice: “¡Qué raro, con lo puntual que es! Me acercaré a su casa.”

- Efectivamente, no fuiste, pero eso no justifica esta historia desquiciada. ¿Puedes comprobar con algo que has estado en Barcelona esta mañana?

Luisa piensa y saca la tarjeta de Montse.

- Bien,  pero esta tarjeta te la pueden haber dejado algún día en la oficina. ¡No demuestra nada!
- Bueno, como no me crees, me voy. Pediré una cita con un psicólogo que es lo que me estás sugiriendo. ¡Adiós!
- ¡Espera! Siéntate un rato. Pensemos.

Luisa se sienta con los hombros caídos, la cabeza entre las manos, la mirada perdida. “¿Estaré enferma? ¡Es todo un delirio! ¡Ay, Dios!” Se quita la americana y la tira en el sofá, con el bolso. Ella también cae como un fardo. La chaqueta se desliza al suelo y de un bolsillo cae un papel, un ticket. Lo recoge. Es del bar donde tomó el café. Ahí está claro “Bar el Vaixell”, un café 1,80. 13 de junio de 2011.

-    ¡Es verdad, ha ocurrido hoy! ¡Mira Enrique! -le alcanza el comprobante, con la mirada anhelante.
-    Pero nena, es del 13 de junio.
-    ¿Y..?
-    Que hoy es 13 de septiembre.

Elsa Fías

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