jueves, 16 de febrero de 2012

Era viernes...

Era viernes. Ese día tenía que viajar a Barcelona. Mi misión consistía en negociar, con una empresa de sanitarios, la compra de diferentes piezas y accesorios para vestir 25.000 cuartos de baño que formarían parte de las nuevas viviendas que, en los próximos años, se construirían en una zona turística, al sur de Portugal. Cuando me levanté, me sentí extraño, alguien había estado en la habitación, e incluso en mi cama. Aunque me encontraba inquieto, pensé que estaba todavía bajo los efectos de la pesadilla vivida durante mi sueño. Tuve que darme prisa para llegar al aeropuerto y tomar el avión que me llevaría a una cita que jamás olvidaría. Cuando me encontré con Mrs. Bantú, la propietaria de Return, S.A., volví a sentir la misma sensación que al levantarme: alguien se encontraba cerca de mí, aunque no pudiera verlo. La reunión duró poco, prácticamente teníamos la operación cerrada de antemano, faltaba discutir algunos pequeños matices y estampar la rúbrica.

Cuando salí a la calle, mi intención era tomar un frugal almuerzo en un establecimiento conocido, desde el que podía ver el mar, y marchar después al aeropuerto, pero algo cambió mis planes. Mrs. Bantú apareció en el bar y, de forma sigilosa, se sentó a mi lado. Me comentó con claridad que no duraríamos mucho en esta dimensión, que la firma de ese contrato nos llevaría a un lugar impreciso, del que no podríamos volver. Yo miraba con estupor a aquella mujer de apariencia elegante y cordial. No supe qué decir, acababa de firmar un documento en el que nos comprometíamos a desarrollar una operación de alrededor de ocho millones de euros, ¿o no era así? Algo en común había entre nosotros, quizá era sólo esa sensación de percibir una realidad diferente a la que estábamos habituados. No recuerdo cómo llegué a casa.

Cuando al día siguiente me levanté volví a percibir la misma sensación que el anterior, pero esta vez era verdad. En mi armario, dulcemente acomodado, se encontraba un extraño personaje que hizo que mi corazón comenzara palpitar de una forma desenfrenada. Cuando me calmé, me di cuenta de que ninguno de los dos estábamos ya en casa, quizá nos hallásemos  en aquel lugar al que se refería Mrs Bantú, nada me resultaba familiar, tan solo veía personajes como aquél que se encontraba en mi armario y todos, dedicados a una actividad sosegada, se dirigían hacia pequeñas pantallas suspendidas en el espacio y repletas de fórmulas incomprensibles que modificaban constantemente.

Más tarde percibí que no era el único ser de mis características que se encontraba allí, alguien se acercó y me dio la bienvenida, comentándome que poco a poco todos nos reuniríamos en este espacio desconocido pero real. Me fijé en alguien. Eefectivamente, era Ms Bantú. Su aspecto estaba experimentando una transformación, me acerqué y la saludé con amabilidad. Ella me miró y cariñosamente me dijo que tendría que elegir a alguien para que me acompañara en un viaje similar al que había realizado y en el que ella tenía bastante que ver. Me explicó que no quiso traer consigo a alguien cercano, por eso me eligió a mí, aprovechando la firma del gran contrato sanitario. A partir de ese momento tendríamos que convivir en este lugar, en otra dimensión sin coordenadas conocidas hasta el momento. También me sugirió que pronto tendría que regresar a la realidad recién abandonada y decidir a quién elegir. No obstante, al otro lado, ya nunca sería como antes, ahora pertenecía a esta nueva realidad, nadie me reconocería, nadie sabría qué nueva misión debía realizar, solo percibirían alguna extraña sensación que me permitiría saber que el contacto estaba hecho. Se despidió deseándome feliz viaje.

Me encontré esta nota, escrita por mi hijo, un viernes que me había despertado con una sensación inquietante, como si alguien hubiera estado merodeando a mi alrededor durante mi sueño. A su lado estaba el documento, que debía firmar para que se iniciaran los trámites de mi tratamiento. Todavía podía leer y escribir algunos rasgos. El tumor estaba destruyendo poco a poco todas mis facultades. Con torpeza puede alcanzar aquel documento y sin dudarlo lo firmé.

Por Boni Pedraza

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