lunes, 13 de febrero de 2012

Cuaderno de bitácora

Día 31 de enero, cuarto año desde la invasión
He dormido poco. He pasado la noche pensando que tengo que verificar más a menudo el perímetro. Los generadores funcionan bien, ahora no hay problema por la energía, apenas hay consumo y las reservas que dejaron los supervivientes son más que suficientes. He estado viendo una vieja película en mi fiel tablet, en la que un sujeto con bombín y bigote hacía bailar a unos panecillos pinchados en unos tenedores. El contraste de mis risas con el silencio de la película me ha alterado y me ha devuelto a la realidad. Escucho el silencio, estoy siempre alerta, oigo los sonidos, trato de discernir si alguno de ellos no es de los habituales y supone una amenaza. Me he ejercitado subiendo y bajando las escaleras. Han sido cuatro veces, diez pisos, dos tramos por piso, trece escalones por tramo. Me he cansado mucho y me ha aliviado la tensión de mis músculos, pero sobre todo de mi cabeza. No ha dejado de funcionar, no me ha permitido un segundo de descanso.

Después de ducharme, incluso antes de vestirme, me he dirigido a la emisora y he vuelto a llamar a la espera de alguna respuesta, pero desde hace tres años sólo la niebla radiofónica contesta. A veces se perciben ciertas interferencias cuando ellos captan la frecuencia. Entonces, rápidamente, la cambio y activo el filtro anti seguimiento. Estoy seguro de que algún día  la localizarán, pero no me resigno a no encontrar alguien con quien hablar, aunque sólo pueda ser a través de las ondas. Lo he intentado también con el ordenador, he mandado correos a todas las direcciones posibles, pero nunca se ha encendido mi casillero de la bandeja de entrada. Esto es todo por hoy, quizás esta noche pueda dormir.


Día 1 de febrero, cuarto año desde la invasión
Tampoco he podido dormir bien. Me paso la noche agitado con ensoñaciones que me llevan a los tiempos previos a la invasión. Casi sin darnos cuenta, un día empezaron a extenderse epidemias por el mundo, luego pandemias y, por último, aparecieron esos seres que ahora patrullan por el planeta devorando todo aquello susceptible de ser su alimento. Tengo pesadillas. Recuerdo cuando era niño y jugaba en la playa con mis hermanos, corríamos, salpicábamos agua y reíamos. Papá nos regañaba y nos castigaba a estar quietos cinco minutos, pero éramos incapaces de cumplirlo y empezábamos de nuevo a rondar a mamá. Otras noches sueño contigo. Recuerdo la primera vez que te vi y  las cosas que escribí en mi diario ese día. No se pueden reproducir aquí; en cualquier caso, las guardo para mí.

Hoy he bajado al garaje y he estado corriendo, he contado las plazas que están vacías. Todo el mundo intentó huir de las epidemias, seguro que los coches están ahora pudriéndose en mitad de las carreteras y los garajes están tan vacíos como éste. He comprobado que las entradas estén cerradas  y selladas. Nada entra ni nada sale de este edificio. Si he sobrevivido hasta hoy, es porque he conseguido encontrar un lugar en el que ni un átomo de aire del exterior, por supuesto menos ningún otro ser vivo aparte de yo mismo es capaz de entrar.

Hoy he pensado que el edificio entero es muy grande y voy a hacer espacios estancos que me sirvan de zona de seguridad. A veces se encienden los sensores de alarma y las luces de todo el inmueble empiezan a parpadear. Eso significa que algún invasor merodea cerca y me previenen para que esté atento y no haga ruido alguno. Vivo con el temor de que las luces intermitentes se vuelvan rojas; ésa será la señal de alarma, la indicación de que la muralla de seguridad ha sido traspasada.

Día 2 de febrero, cuarto año de la invasión
Hoy ha sido un día duro, he sentido una profunda soledad. He recorrido todos los pisos del edificio, las escaleras y el sótano. He comprobado que los cierres estuvieran sellados, puerta por puerta, ventana a ventana, todo, y no he podido más. Me he encontrado sollozando en mi cubículo frente a vuestras fotos. No me queda ninguna esperanza, me encuentro abatido y abandonado de mí mismo. Cuando comencé mi encierro, pensé que tenía que ser fuerte, que habría más personas como yo y que nos podríamos poner en contacto, unirnos y volver a la lucha. Al principio, cuando llamaba por radio siempre respondía alguien, a veces en idiomas que no entendía pero que me resultaban familiares. Hace tiempo que nadie responde.

He sentido la necesidad imperiosa de ver el exterior por última vez y al anochecer he salido a la azotea. Me he decidido y me he puesto la  escafandra. A pesar de haberlo visto en tantas ocasiones, el espectáculo me ha vuelto a sorprender. Estoy conmovido.  Ha sido inimaginable. Desde la azotea he visto el Peñón y la bahía, con la fortuna de que he podido disfrutar, asimismo, del nacimiento de la luna por poniente, y del mar, plata liquida en movimiento a la espera del reflejo de las estrellas. No he visto ninguna luz, pero sé que están ahí. He procurado no hacer ruido, me he movido despacio y me he sentado a esperar que la luna estuviera alta, después cuando la noche comenzaba a morir he regresado. No he oído ningún ruido, pero sé que no estoy sólo.
Día 3 de febrero, cuarto año de la invasión

Después de la excursión de anoche, he estado descansando casi toda la mañana. Me he dormido, pues he estado soñando con cigüeñas y otras aves; creo que es un deseo de libertad más bien premonitorio. He verificado el edificio y todo está en orden. Lo tengo todo preparado, he creado un área de seguridad para que me dé tiempo a rellenar las líneas de despedida  antes del final. Sé cómo funcionan y no dejaré que me alcancen, guardo la lugger junto con el detonador. Cuando me vaya no me marcharé sólo ni, por supuesto, dejaré que profanen ni mi cuerpo ni mi memoria, donde estaréis todos vivos mientras siga respirando.

Las luces han comenzado a parpadear, creo que el momento se acerca. Ha pasado media hora y aún continúan, tardarán poco en encontrar un lugar por donde pasar... Las luces se han teñido de color rojo... ya habrán encontrado mi rastro; el silencio ya no es un medio de defensa, conectaré la música del tablet, quiero irme acompañado... tengo la lugger en una mano y detonador en la otra... solo queda tiempo para una última oración, lamento que desaparezcáis conmigo pero nuestro tiempo se ha acabado, en breve dejaré de ser la última alma sobre la faz de la tierra...

Luis Carlos Castilla

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