jueves, 9 de febrero de 2012

Museo de Antiguos

Hoy me levanté triste. Bueno, exactamente melancólico. Y tengo que trabajar. Preparar otro viaje para seguir aumentando la colección. Un museo tiene que renovarse constantemente, ir adquiriendo nuevas obras.

Así que, atendiendo a mi estado de ánimo actual, he pensado en Pessoa, la saudade y todo eso. Fernando Pessoa sería una buena adquisición para la Sala de los Olvidos. Junto a Marcel Proust, Thomas Mann... En la computadora central reúno toda la información necesaria para el viaje: biografía del abducido, época, sus costumbres. Y lo principal, buscar el vehículo adecuado para la travesía. Cada persona requiere de un transporte distinto, diferenciado. Así, ahora que recuerde, en el caso de Pablo Neruda me serví de un gran mascarón de proa en forma de sirena, precioso.

Ha sido fácil. Un par de horas delante de la pantalla del ordenador. La nave de tránsito en esta ocasión es sencilla. Me pongo un gabán negro con su sombrero a juego. En una mano el paquete con otro gabán, para el regreso con el abducido. Ajusto las coordenadas y pulso uno de los botones del abrigo; todo desaparece.

Lisboa esta linda en este tiempo del año. Es primavera y el aire corre suave trayendo el aroma salobre del puerto, allá abajo. Estoy apoyado en el escaparate del café “A Brasileira”. Enfrente de mí, sentado ante un minúsculo velador, esta Pessoa. Toma notas en una libreta de ante negro. Sobre la mesa una taza de café y un vaso de agua. Me acerco decidido. Se sorprende, le he sacado de su ensimismamiento. Me presento como fadista, un modesto cantor de fados, que admira al maestro de la saudade. Abro el envoltorio que llevo y le muestro el abrigo. Le pido que se lo pruebe. Es un regalo de todo corazón para el mejor escritor portugués.
Fernando Pessoa se cohibe, declina el obsequio. No cree merecerlo. Insisto. Al final accede a ponérselo. Ya está. Se contempla con él, ajeno a la situación que he provocado. Me acerco con intención de darle un abrazo y aprieto uno de los botones del gabán. Pessoa desaparece.

De vuelta al laboratorio, lo primero es borrarles los recuerdos. Un periodo de aislamiento en la Cápsula de la Desmemoria; a continuación pasan a la Sala de Reubicación, donde se les prepara la mente para su nueva situación. Y de aquí salen ya listos para formar parte del Museo. En total unos 30 días para que el público pueda disfrutar de la creación literaria en vivo.
Las autoridades de Ciudad Central se maravillan por el realismo de mis criaturas. Y me instan para que les revele las complejas maquinarias que gobiernan a mis androides. Androides, ¡ja!, si supieran...

Andrés Orellana


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