lunes, 24 de noviembre de 2014

Soy un pillo

Lo confieso. Soy un pillo y vivo a costa de los demás. No tengo escrúpulos ni miramientos con nadie. Me busco las mañas para quitarles todo y ¡vaya que si lo consigo! Si no andan listos les dejo sin nada. No me siento culpable, no. Ellos ni siquiera se dan cuenta. Lo hago con tanta elegancia y picardía, que a veces hasta yo me creo que soy el bueno de la película.

Al principio era torpe en el arte de la superchería, pero ahora lo hago como si tal cosa. Cuestión de práctica. Eso sí, me lleva mi tiempo. A mi no me supone ningún problema engañar. Si así fuera hace ya tiempo que habría muerto. A fin de cuentas yo hago poco, casi caen solos.

Lo primero que hay que conseguir es que piensen que estás de su parte, que quieres lo mejor para ellos. Esto es lo más difícil, pero si lo consigues el resto está hecho.

A la mayoría de las personas les gusta juntarse y se fían de los que les son parecidos. No sé porqué, pues es de tontos ir con alguien de quien no puedes aprender, que tiene tus mismos defectos, pero bueno, ese no es mi problema.

Yo no tendré estudios ni sabré de leyes ni teorías científicas pero observo y analizo a mis víctimas. Me fijo en su manera de andar, de moverse, de hablar y lo imito. No creas que eso es nada fácil. Me paso días frente al espejo repitiendo las mismas tonterías que ellos. Menos mal que ya me he acostumbrado. Tengo que hacer voces cursis, varoniles, atrevidas, obcecadas… de todo. Pero bueno, todo sea por salir de la calle.

Nunca suelen sospechar que les quiero robar algo, solo se imaginan que se han topado con alguien tan maravilloso, yo diría tan panoli como ellos. Al principio les doy la razón en todo, me voy haciendo amigo suyo, les hago ver que quiero que consigan sus deseos y eso requiere esfuerzo de su parte. No importa, les animo. Después me voy volviendo un poquito más duro. Las palabras ya no son tan amables, se van haciendo más duras y más, y más, pero claro, es por su bien. Sus movimientos se endentecen.

Les llego a decir cosas como: “eres un inútil”, “no vales nada” y ellos las creen, las aceptan y aceptan y entonces ya me lo dan todo: todas sus pertenencias, su casa, su matrimonio, sus amigos…Me lo dan todo y ya no tienen nada. Y no se dan cuenta, pues ya creen que soy parte de ellos. Y claro, yo crezco, me hago grande.

Lo malo es que cuando mejor vivo a algún bobo de éstos le da por suicidarse y tengo que buscar a otro. Claro que peor es cuando empieza la guerra química: Sálvese quien pueda! Llueven ansiolíticos y antidepresivos por todas partes. Asi no se puede vivir. O la otra guerra, la psicológica: 

-“Échese en el diván, señora. Tiene usted una crisis de angustia.”

-No le escuches, Maruja. Tu marido no te quiere. No le escuches, Maruja, estás gorda como un tonel. Maruja eres tonta. ¿Qué haces en esta consulta?

Lo bueno es que en la mayoría de los casos, para cuando el pelma argentino de turno consiga convencerles y las pastillitas hagan efecto pueden haber pasado hasta diez años. Y yo, pues ¡a vivir!

Es mejor empezar a pillar a los jóvenes y mejor aún a los niños, para cazarlos de todo a los cuarenta porque si empiezas con un tío ya hecho y derecho es más costoso, aunque también se puede hacer. Ya lo creo que se puede: problemas en el trabajo, con la mujer… Siempre hay material.

Y por muchas armas que utilicen contra mí, yo, el síndrome depresivo sigo atacando y robando a mis víctimas porque sin haber ido a la Universidad soy más listo que mis agresores por muy doctores que sean. La calle, la vida ha sido y sigue siendo mi escuela. ¿Qué? ¿ Te atreves a salir conmigo esta noche o ya te estoy dando un poco de miedo?



Rosa María Velasco

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