jueves, 27 de noviembre de 2014

El día ha empezado cuando te he escrito un “te echo de menos”. Un mensaje de esos como los que te mandaba antes, ¿te acuerdas? Bueno, ya sabes que no es lo mismo. Lo he notado desde el principio: ¡ni si quiera recordaba qué era echar de menos! Pero ya es mecánico: los dedos sobre el teclado han pulsado unos cuantos botones y ¡voilà! Ahí estaba esa frase que prometía lágrimas y al menos un par de latidos desacompasados en mi corazón. Total, hace casi dos años que te fuiste...

Te estarás riendo, lo sé. Tú ya sabes que no lloro como antes. Que nadie lo hace, qué vergüenza, ¿verdad? Pero son cosas que hay que decir de vez en cuando, lo dictan las normas. Así, después de darle al botón de enviar cogí tres pastillas EmoLiberadoras y las tragué con un sorbo de zumo, el azúcar aumenta su efecto. Ahora me las tengo que tomar a pares si quiero que funcionen, pero no me preocupa volverme adicta - o quizá ya lo sea.

Tras unos minutos por fin empecé a notar, muy ligeramente, un revoltijo en el estómago y poco a poco se formó el típico nudo en la garganta y, como imaginarás después, lloré. Sí, es humillante. Sentí como las píldoras daban rienda suelta a una serie de emociones, todas falsas, por supuesto. Un grito presionaba mi esternón: “¡Dos años sin verte¡” Dos años sin leer juntos en el sofá, sin viajar por el mundo en bicicleta, sin sentir dolor en las mejillas al oír tus chistes negros sobre la gente que quería ser robot, sin llorar tu pérdida. Dos años sin sentir nada.  Dos años desde que desapareciste, sí, pero quién sabe cuánto tiempo más desde que empezaste a marcharte... Te echo de menos.

Lloré durante diez minutos, no más. No podía perder más tiempo en banalidades.  Las pastillas tienen un efecto demoledor, pero por suerte dura poco. Recogí los trocitos de esa yo llorona de segundos atrás y como siempre con algo de embarazo, retomé mi eterna pose sarcástica. Ducha, café y puerta.

Hoy es día de evaluación. Por eso la tontería de los mensajitos, las pastillas antes del desayuno y demás. Normalmente cada uno decide cuándo tomárselas. Por ejemplo, si vas a ver una película romántica o a un entierro, con una dosis de Píldoras EmoImitadoras basta. Es evidente que las lagrimillas que se te escurren por la cara son producto de las drogas y, seamos sinceros, quedaría poco elegante despedir al muerto con la impertérrita sonrisa que calzamos en el día a día; así que tampoco está mal seguir con alguna que otra tradición.

En fin, lo que decía, esta mañana toca evaluación. Desde hace meses el día de hoy está marcado en el calendario del dispositivo multifunción con una equis en rojo chillón, resaltando sobre el resto de entradas: no es la típica etiqueta de “ir al punto de distribución de alimentos” o “pasar a recoger los trajes para el próximo ciclo”. Hoy es un día de vital importancia para todos los empleados de Central Humana, sí, pero para mí más porque me juego un ascenso. Y voy a conseguirlo.

Trabajo en la empresa líder de imitación de emociones desde hace tres años, pioneros en el arte de la inhibición emocional y la creación y recreación de sensaciones. Te lo recuerdo porque no sé si llegaste a enterarte, o si me ignoraste adrede, sabiendo cuánto odiabas estas modernidades. De todas formas, no podías ni podrás quejarte de mí, soy una gran promesa en la investigación en el campo y estoy segura de que en cierto modo te sientes orgulloso, donde quiera que estés.

Las pruebas de la evaluación son sencillas. Primero nos toca hablar con los expertos lectores de mentes, los antiguos psicólogos, y contarles nuestras sensaciones tras la dosis matutina de pastillas EmoLiberadoras. La mujer que me ha hecho los tests se comportaba como un robot, fría y mecánica, qué raros son estos compañeros míos... En cualquier caso, sin duda he pasado la primera fase sin problemas. He diferenciado fácilmente los sentimientos propios, ninguno, de los surgidos por efecto de la droga. Y después he sabido reponerme a los pocos minutos. Lo importante es la capacidad de abstracción y bloqueo de sentimientos reales y, aunque soy relativamente nueva en la empresa, llevo administrándome inhibidores desde chiquitita. Apostaría tu colección de películas antiguas de ciencia ficción a que saco un sobresaliente.

La segunda fase es más complicada. Se trata de un paseo por una realidad virtual donde se muestran algunas de nuestras mayores debilidades. Claro que estabas tú, no hace falta ni preguntarlo. Pero he sabido driblarte. Igual ha pasado con nuestro viejo chucho, no sé qué le viste a ese saco de pulgas. Su versión en 3D ha venido hacia mí, ladrando y lloriqueando, pero le he dado una buena patada y despachado. También estaba mamá, en la puerta del colegio, como cuando venía a recogerme después de clase. La he ignorado a pesar del suculento bollo que me traía como merienda virtual. Un par de viejos amigos, las chicas del equipo y poco más. Otro gran logro para mí. Me he permitido salir de la sala con las manos en los bolsillos, estoica y altanera. Una salida triunfal y un paso más cerca de mi muy merecido ascenso.

Y, por último, la prueba final. Una entrevista con el encargado de personal. Un pazguato médico jubilado que se encarga de dar el veredicto. La respuesta definitiva. El sí o el no. Llego a la puerta de su despacho y paso sin llamar, me está esperando.

- Hola querida, siéntate. - me saluda el hombrecillo protegido tras su mesa.
- Buenos días, señor. - entro rápido y me siento, las manitas sobre las piernas, que queda más serio.
- Ya tengo los resultados de las pruebas anteriores, qué velocidad de obtención y traspaso de datos, ¿verdad? En mi época las cosas iban más lentas, hija, y los documentos se perdían, y las secretarias...
- Señor, tengo prisa. - Le corto.
- Oh, si claro, niña, entiendo. - dice, algo humillado, y comenzó a reorganizar las pestañas de su dispositivo multifunción. Vaya mueble apolillado este hombre, pienso yo mientras, no sabe ni usar el cacharro con esos dedos artríticos de zanahoria. - Bien, pues, como imaginarás, has obtenido excelentes puntuaciones en los tests de bloqueo y demuestras una increíble capacidad de inhibir sentimientos y recuerdos emotivos. - Continua. Y mi pecho, instintivamente, comienza a hincharse de soberbia. - Cuéntame, hija, en qué sección estás ahora y cuál es tu cometido actual.
- Bien, pues estoy en el área de aeropuertos. En las puertas de llegadas. Ahí me dedico a captar, desencriptar y aislar sentimientos. Es un lugar crítico. Ya se imagina – dije con mi mejor tono sarcástico – todo lleno de familias que se reencuentran, parejitas separadas por la distancia que se abrazan, el hijo que vuelve del extranjero, exiliados, estudiantes, trabajadores,... Todo ese rollo de sentimentalismos. No me malinterprete señor, yo entiendo que son especímenes perfectos para el estudio, pero a veces tengo ganas de ir al baño y vomitar. No sé cómo aun se permite esta efusividad en un mundo tan avanzado... ¡¡Benditas drogas!!
- Ajá... entiendo – dice quedamente mientras marca una serie de casillas en su dispositivo.
El silencio de los siguientes segundos me incomoda. ¿No entiende este papanatas que tengo cosas  mejores que hacer? Y al fin llega el veredicto.
- Muy bien, señorita. Está usted despedida. - dice con un hilo de voz. Apaga la pantalla y se me queda mirando con las manos sobre la mesa.
- ¿Cómo? - no doy crédito a mis oídos.
- Lo que oye, está fuera. ¿Se cree que podía engañarnos? Usted no es una de los nuestros. Usted no ha conseguido liberarse de sus ataduras. Usted tiene aún humanidad, demasiada, la huelo a kilómetros. ¿Qué se cree, que no sabemos cómo finge? Es buena en su trabajo, sí, pero nada más que porque es una de ellos y sabe entender cómo “sienten” o lo que sea que hagan. Ha sido un bonito teatro, señorita, pero usted aun alberga amor en su interior y eso está fuera de las normas. No tengo nada más que decir. Váyase ahora mismo de mi despacho.

Sin decir palabra me levanto y me voy. Cierro la puerta con cuidado y, los nervios se desatan, el paripé se ha acabado. Me han pillado, no puedo seguir hacia delante si sigues siendo un lastre para mí. Y dos lágrimas de desesperación se me escapan. Todo es culpa tuya.

Así que por eso estoy aquí, visitándote. Necesitaba contártelo. Sé que no me escuchas, y si lo haces no me entiendes. Ya no te acuerdas de mí, papá. Eres lo único que me queda y esa maldita enfermedad te ha robado la mente y los recuerdos. Estás hundido dentro de tu cabeza, ahí tú solo. Y me has dejado también a mí ante este mundo más muerto que vivo. Sola, sabiendo que no me queda nadie mientras tu cuerpo inconsciente me ata a la realidad y no me deja escapar. Todo es culpa tuya.

 Adiós, papá.

Lara Iglesias




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