lunes, 24 de noviembre de 2014

¿Nuevas tarifas telefónicas?

Andaba la otra tarde por la cera de la derecha de mi barrio cuando me crucé con una joven que paseaba con su perro. Era un animalillo blanco salpicado de pintas negras y   tamaño mediano. Iba atado a su mano izquierda con una correa de cuero negro, no muy fuerte. Al poco de pasar a su lado escuché un tenue ladrido mientras comenzaba a sonar una conocida melodía.

El tierno rostro de la joven que mostraba esa gracia especial de la juventud acercaba su celular a la oreja de su perrillo y comprobaba satisfecha el resultado de su generosa acción.

Volví la cabeza tratando de encontrar de donde provenía aquel extraño sonido y comprobé que el ruido  provenía de un pequeño móvil que llevaba colgado la mozuela al cuello.

Instantes después se giró bruscamente y dejó clavada su mirada en mi rostro que, hasta ese momento había observado con sorpresa ante la “insólita” estampa.

Quizás debió ser el frío reinante el que calentó las venas de la muchacha quien de forma firme e irritada me espetó: ¿Qué? ¿Qué mira? ¿De qué se extraña? ¿Acaso los perros no tienen derecho a la comunicación? Y, continuó -sin soltar la rabia y la palabra- barbullando una retahíla de argumentaciones ante mi perplejidad:
-¡Ud.!¡Ud. que sabe de los problemas de mi perro! Además, yo sólo sigo el consejo de su siquiatra que me aconsejo que no se sintiera sólo. Y que siempre notase cercano el calor humano y estuviese acompañado. La joven continuó –ahora a gritos-: Además, sepa que desde que sigue esa terapia mi Lupito se encuentra mucho alegre, animado y con ganas de ladrar ¿Acaso Ud. no ve que su cara rebosa de alegría? Y, le aseguro que gruñe con más firmeza, confianza y se relaciona mejor con los otros perros. Y como brillan sus  ojos y hasta su pelo está más lustroso…

Ahora permanecía pegado a la pared, en silencio, paralizado y sin atreverme a decir una palabra. Poco después me alejé del lugar con la cabeza gacha y avergonzado por mi posible torpeza y… continué mi camino pensativo después de haber visto, lo que quizás nunca debí prestar atención.

Ya sólo en mi habitación cavilo sobre las nuevas situaciones que se producen en la sociedad mientras no deja de caerme una lluvia de preguntas que me golpean y empapan el cerebro: ¿Habrán incorporado a estos nuevos clientes las compañías telefónicas?¿Sacarás tarifas especiales para ellos?¿Tendrán derecho a pensión?¿Será mañana uno de ellos quién destroce mi siesta? Y… lo que es peor, lo que  me crea mayor carga de conciencia: ¡Se suicidará alguno de los denominados “mejor amigo del hombre” si un día no le cojo el teléfono?

Guau…tanta preocupación me quita el sueño. Creo que por hoy voy a colgar mis pensamientos.

Jesús Ramírez

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