jueves, 24 de enero de 2013

Las cinco estrellas

En las primeras décadas del siglo XXI, en Madrid, capital de lo que entonces se conocía como reino de España, era costumbre que se celebraran grandes fiestas, donde acudían miles de jóvenes en busca de diversión.

En dichos eventos sonaba la música con una potencia tan alta, que a punto estaba de que aquello se llenara de tímpanos reventados. Unas veces, los músicos deleitaban con sus estridentes melodías, otras, las notas las producían unos artistas que mezclaban sonidos, a los que llamaban disc-jockeys.

Los chicos gritaban y saltaban al ritmo de la música. Lo poco que hablaban entre ellos tenían que hacerlo a gritos, debido a la elevada intensidad del ruido.

Para aguantar hasta altas horas de la madrugada, los jóvenes mezclaban grageas y bebidas, que les hacía brincar como canguros. Estos productos, en una gran cantidad de casos, les hacía sufrir alucinaciones, mareos y pérdida de conocimiento. Pero no todos las personas que asistían a estos festejos tenían las mismas costumbres. La mayoría pasaba la velada de la forma más natural.

Estas reuniones, al recibir a tantos cientos de muchachos, debían cumplir un gran número de requerimientos, por parte de sus organizadores y por las autoridades competentes.

Pero era tanta la demanda de este tipo de jolgorios, que los que lo organizaban, movidos por la avaricia, aprovechaban para hacer rebosar sus arcas de euros, la moneda que circulaba en Europa por aquella época. Con el afán de beneficiar a estos desaprensivos, ya que eran amigos suyos, las autoridades relajaban las normas o, sencillamente, no les obligaban a cumplirlas.

Una noche de los difuntos se organizó una de estas celebraciones. Los que la organizaron permitieron entrar el doble o el triple de  personas de las que estaban autorizadas. Los que tenían que controlar el orden en el auditorio estaban más interesados en revender entradas. Al médico, que era muy mayor, y ya le habían retirado la licencia para ejercer, le preocupaban poco los jóvenes que tenía que atender. No había ambulancias para ocuparse de quien estuviera grave. Las autoridades, además, habían pasado por alto ciertas irregularidades de los promotores.

Esa noche, cinco bellas jovencitas murieron aplastadas por una avalancha que se precipitó contra ellas, debido a la nefasta organización de la fiesta.
Desde entonces, cada vez que puede repetirse un accidente como el de esa trágica noche, se ve brillar en el cielo, con mayor intensidad que ninguna otra, a cinco estrellas alineadas. Si uno se fija detenidamente, puede distinguir el gesto de dolor de aquellas cinco muchachas.
Por Vicente Briñas

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