martes, 22 de enero de 2013

El mundo

Érase una vez un mundo. Negro, frío e inhóspito. Sus únicos habitantes eran las Rocas. Ellas poseían y poblaban un paisaje estéril y sombrío. Grandes rocas puntiagudas y hurañas que arañaban un cielo amenazador.

Un día apareció la Lluvia, torrencial, imperativa, arrolladora. Golpeó sin piedad las incontables rocas; las arañó, las maltrató, las arrebató su firmeza y mudó el paisaje.  Algo tan liviano como el agua deshizo su poderío ostentado desde tantos siglos atrás.

Ellas que se creían invulnerables, infranqueables, sólidas y arrogantes, se fueron horadando y redondeando bajo el insistente golpear de sus diminutas gotas.  El agua se fue abriendo camino a través de su dura envoltura. Dejó al descubierto su parte más poderosa.  La Lluvia desmembró su armadura y liberó su corazón.

Hasta entonces su himno era: "Las Rocas no lloran, no sienten, sólo existen, no se desvanecen". Pero eso había cambiado, y ellas ya sólo eran un recuerdo de lo que fueron y descubrieron que ahora tenían corazón.

Otro día apareció el Viento.  Era un ente invisible pero mucho más violento que la Lluvia. Las azotaba y las quebraba, las bamboleaba y arrastraba ladera abajo sin control y sin conocimiento, y cuando al final se cansaba de jugar con ellas y de maltratarlas, las abandonaba a su suerte, lejos de su mundo conocido y familiar.  Algunas de ellas llegaban hasta donde la Lluvia había hecho mansión y se vanagloriaba de sus dominios; donde sus gotas habían formado legión y, como un ejército poderoso, desfilaba y arrastraba todo lo que a su paso encontraba.  Eran los Ríos, poderosos y nerviosos; profundos y escandalosos.

La Roca que acababa en ellos rodaba y, rodaba y si no encontraba un recodo donde acomodarse, acababa por empequeñcerse de tal modo, que ya no la decían roca, sino arena la nombraban. Entonces su canción era: "Bastión venido a menos, ¿quiénes fuimos, quiénes seremos?".

Otro día apareció un ser diminuto, frágil, sin aparente fuerza ni poder. Pero resultó ser el elemento que más alteró su morfología: el Hombre. Primero eran pocos y torpes, pero ya eran violentos y se aprovecharon de su dureza para crear armas y con ellas matar y defenderse. Fueron aumentando en número e inteligencia y descubrieron   los Metales, más duros y resistentes que las Rocas, para lograr sus fines. Crearon toda clase de herramientas y con ellas esculpieron su dura corteza y modificaron su exterior. Montañas enteras desaparecían y se convertían en pirámides, castillos, fortalezas, catedrales, murallas y fronteras. Calzadas, caminos y carreteras construyeron con paciencia y esmero. Ahora su canción era "En las cimas nacimos, ahora nos pisotean, ¿qué más nos queda?"

No les faltaba razón porque les quedaba aún un largo y variopinto camino. Fueron esculpidas y en los templos sagrados adoradas, fueron lápidas y en los cementerios por los mortales lloradas, fueron bendecidas y milagros les achacaron, fueron preciosas y lindos cuellos adornaron, fueron arrojadas y cuerpos inocentes lapidaron.

Ahora nada temen, de nada se extrañan, saben que todo cambia y nada permanece, y que lo que hoy es grande mañana desaparece. El Hombre puede apretar un botón y la Nada será la que gobierne ese universo que un día les perteneció.

Ahora su canción es:" Rocas fuimos, polvo seremos, ¿mañana dónde nos encontraremos?"

Por Raquel Ferrero

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