jueves, 17 de enero de 2013

La leyenda del lobo


Como cada año, viajábamos a la tierra en que nacieron mis padres. Durante el trayecto, los cinco hermanos sentados en la parte de atrás del vehículo, unos encima de otros, peleando, protestando y jugando al veo-veo. A la hora del atardecer entrábamos en la sierra y, según se hacía de noche, los niños guardábamos un silencio expectante, cargado de miedo e interés.

Mientras conducía, mi padre nos contaba la historia que tanto le angustió en la infancia, cuando se la oyó a sus mayores. “En las fiestas los mozos iban de un pueblo a otro, normalmente en grupo. Aquel año, Manuel quedó prendado de Gracia, campesina de una aldea lejana. Empezó a visitarla con frecuencia. Manuel hacía el camino solo, ya que a ningún mozo le venia bien acompañarlo. Un día, la chica y él se entretuvieron más de la cuenta. El joven partía al servicio militar y estarían varios meses sin verse, lo que les llevó a un encuentro más profundo. Manuel lucía su uniforme ante Gracia, que le veía cada vez más guapo. Se despidieron abrazándose con gran congoja y prometiéndose amor eterno. Era noche oscura y el soldado tenía que cruzar la sierra solo y a pie. Pero, gracias a la pasión que sentía por la amada, el muchacho se creía protegido de todo mal, venciendo los temores del camino.

Más, al día siguiente, Manuel no llegó a casa. Pasaron dos días y nadie sabia de él. Los aldeanos creían que en la montaña había lobos que atacaban al hombre, sin embargo, el miedo era tan feroz que se cuidaban de mencionarlo. La familia y los vecinos rastrearon los alrededores. Al tercer día, el cabrero, que acompañaba a su ganado mientras triscaba por la sierra, vio a lo lejos algo negro que brillaba. Se acercó y observó aterrado, explicando después en el pueblo: lo único que quedaba de Manuel eran los pies dentro de las botas militares; lo demás se lo habían comido los lobos”
 
Mercedes Martín

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