sábado, 19 de enero de 2013

La nada y el vacío

La Nada despertó. Buscó en la oscuridad a ambos lados de su lecho. Nadie la acompañaba y tuvo consciencia de su soledad. Decidió, entonces, que había soportado demasiado vacío en la eternidad de los tiempos y que necesitaba compañía. Primero pensó cuánto le agradaría oír una voz, pues el silencio era lo único que escuchaba más allá de sus pensamientos. Creó así el sonido. Como el tiempo del silencio ya había concluido, utilizó su voz para decirse a sí misma que, a continuación, nacería la luz. No soportaba ya el peso de las sombras y, cuando creara lo que había pensado, quería que pudiera ser visto para conocer el grado de belleza de su obra. Así, abrió los ojos con fuerza y la luz nació.

Una vez que ésta germinó, comprobó que nada había que ver o escuchar pues todo estaba vacuo, así que decidió alumbrar la tierra firme, el mar y el cielo, para que algo se pudiera ver y escuchar, y lo llamó Paraíso. Le gustó el nombre, pero nada en él se movía; era como ver una imagen fija eternamente y decidió añadir el movimiento. Creó los planetas y sus satélites y los ató con invisibles hilos para que sus órbitas estuvieran relacionados y la noche y el día se sucedieran eternamente como en un infinito juego.

Ahora que la Nada ya tenía qué ver, no tenía con quién comentar la belleza de los colores del atardecer, ni los del amanecer, ni las turquesas aguas del mar, ni las verdes praderas de trigo mecido por el viento; así que decidió entonces que no volvería a estar sola y moldeó sobre las montañas un cuerpo a su imagen y semejanza y con la fuerza de un rayo le dio vida. Pero la emoción del último momento le hizo temblar y erró, y así el Vacío no se creó a imagen exacta de la Nada. Fueron sólo complementarios y, cuando se acercaron comprobaron que sus cuerpos encajaban entre sí, amantes. Tanto placer y tanta felicidad disfrutaron que decidieron extenderlos sobre la faz de la tierra, por lo que modelaron montañas con sus formas y con cuantas  aquellas que su imaginación vislumbró, creando tormentas que dieran vida a todas las criaturas sobre la superficie de la tierra.
 
Por Luis Castilla

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