domingo, 20 de enero de 2013

Órbigo, río de la vida y la muerte

Ha pasado ya mucho tiempo, más de treinta años, pero nadie olvida que bajo el puente sobre el río Órbigo se vivió una tragedia.

Fue aquel 10 de abril de 1979, cuando un grupo de estudiantes se vieron en la más cruel de las pesadillas, nueve de ellos volviendo a nacer, otros cuarenta perdiéndose irremediablemente en las profundidades de aquel río lleno de remolinos y corrientes agresivas. Nunca se supo explicar que fue lo que realmente pasó en la curva en el momento exacto en que el bus despega de la carretera y cayó a un pozo en el interior del río haciendo el rescate de los niños más difícil.

Veinte años después, personas que no conocían de la tragedia fueron testigos de cosas inexplicables que pudieran fácilmente calificarse de sobrenaturales. Estos fenómenos no se presentan por la muerte, sino por la pérdida instantánea de un montón de vidas juveniles que estallaban de alegría y de pronto desaparecen inevitablemente, así como las muertes de muchos de los que trataron de salvar las vidas de los niños.

Según informes oficiales del enigma del río Órbigo, los datos, las cifras, alumbran un espanto difícil  de imaginar en toda su magnitud. 47 cuerpos, entre maestros y alumnos quedaron varados en el río, para siempre, solo 9 niños que volvieron a nacer aquella misma tarde. Al otro lado del puente un sonido extraño despierta a toda la población, hombres, mujeres, niños corren a la ribera del río, y lo que contemplan les perseguirá desde entonces y para toda la vida como la más desgarradoras de las pesadillas.

Es el momento de los héroes y de las reacciones inesperadas. Ante los gritos de los niños en la mitad del agua turbia, los habitantes de Santa Cristina,  algunos sin saber nadar, se arrojan al río sin vacilaciones por un impulso humano, con un único objetivo: salvar vidas jugándose las suyas. Órbigo, el río de la vida y muerte, repleto de remolinos, de corrientes traicioneras, de pequeñas cimas, pero de considerable profundidad donde quedaron muchos cadáveres. Pasaban las semanas y algunos cuerpos aún no se recuperaban.

El campamento de rescate había recogido los bártulos y los padres enlutados esperaba recuperar los cuerpos inertes de sus hijos. En ese mismo lugar se escribió la historia del niño Cristóbal Pérez, de 12 años, el último en aparecer junto a una chaqueta y unas postales que habían comprado en el Museo del Prado; esa misma noche una mano anónima depositó un puñado de rosas en aquel mismo lugar.

Con el paso del tiempo han quedado dos marcas indelebles: el enigma permanente sobre las causas del accidente se habla de los juegos de los niños echando polvo pica-pica, teoría que luego esta teoría fue descartada. El misterio en forma de recuerdo, de pesadilla constante, de imagen que no se despega del alma de quienes presenciaron el infierno en forma de río.

Ambas localidades, Vigo y Santa Cristina de la Polvorosa, de donde procedían las víctimas, se hermanaron y lo hicieron con un bello signo, el mítico e inmortal Cruceiro.

Por Pilar Martínez Hidalgo

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