domingo, 20 de enero de 2013

Figuras de la niñez

No sabe qué paso aquel día, a pesar de los años transcurridos; aún persiste en su memoria aquella sensación de miedo recorriendo su cuerpo. Celes cuenta, entre risas,  que su mayor preocupación eran sus zapatos de charol, nuevos y relucientes.

En aquel minúsculo pueblo castellano no se asustaba a los niños con “El Coco”, sino con “El Sacamantecas”; sin saber en qué momento surgió,  se asociaba a la desaparición de un niño, cuyo cadáver fue encontrado, tras varios días de búsqueda, en una cueva.

En este pueblo, de una sola calle, escondido en un pequeño valle surcado por un río y protegido entre montañas, “El Sacamantecas” se  percibía como una figura fantasmagórica, grande y maligna que  se llevaba a los niños, les sacaba las mantecas y las cocinaba en su cueva en una gran olla negra.

Aquel día de verano, como tantos otros, Celes había ido a la fuente de la era, con un grupo de niños, cada uno con su botijo para llenarlo del agua transparente y fresca que manaba de la fuente. Era un pequeño manantial en la falda de la montaña, para llegar a él había que bajar un talud, escondida entre cañas y arbustos siempre verdes, el agua formaba un pequeño riachuelo en el que crecían los berros, fruto preciado para niños y adultos. 
También como tantos otros días, los niños hicieron caso omiso de la advertencia familiar tan repetida:
— ¡Vuelve a casa antes  de que se haga de noche!

Los juegos en la era, la búsqueda de berros… como cualquier día. Pero ese fue diferente a todos los demás.

A la luz de la luna, estaban llenando sus botijos en la fuente, cuando uno de ellos gritó:

—¡El Sacamantecas, que viene el Sacamantecas, el Sacamantecas!

Todos salieron corriendo,  gritando:

—¡El Sacamantecas, el Sacamantecas..!

Cruzaban el arroyo de la fuente “a chape”, Celes buscaba un sitio para cruzar, sin meterse en el agua. No podía mas  y veía cómo los demás corrían y corrían,  ella iba quedándose atrás perseguida por una figura grande, oscura y andrajosa con un gran cuchillo en su mano.

Cuando Celes lo cuenta, entre risas, dice:

—¡De verdad, yo creo que le vi!

Por Mayte Espeja

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