miércoles, 31 de octubre de 2012

Una mañana más en el tren

Cada mañana, ¡horror!, el despertador suena a las siete. Me siento muy feliz y a la vez muy inquieto. Presiento que hoy va a ser un día especial. Una ducha rápida, una ropa casual y corro hacia el tren. Mi único pensamiento es encontrarme nuevamente con ella.

Es alta y delgada, ojos azules, pelo largo, rubio, y una boca muy sensual. Lleva puesto un vestido color negro que hace resaltar su figura y su gran delgadez. Solamente mirarla mi cuerpo se pone a temblar; ¡Dios mío!, estoy enamorándome locamente de ella.

Unos minutos más tarde llega el tren. Entramos juntos en el mismo vagón. Ella se pone a leer y yo, a su lado, mirándola y pensando que un día más, no soy capaz de hablar con ella, y eso hace que me sienta malhumorado y colérico.

Soy divertido, sociable, extrovertido y seguro de mí mismo.  Pero, en asuntos de amores, soy tímido, introvertido y muy vergonzoso. En fiestas, cuando me presentan a chicas, me sonrojo, pienso que mi conversación es totalmente anodina y mis labios se sellan profundamente.

Las estaciones van pasando y mi estado anímico va cambiando; mis  manos están sudorosas, mi corazón acelerado y un sudor frío invade todo mi cuerpo. ¡Qué poco queda para llegar a mi destino! Pero una vez más no puedo comunicarme con ella. De repente, se para el tren en la estación, se levanta, mira por la ventana y en el andén está una chica esperándola con una flor roja. Se baja del tren, se miran con deseo, se funden en un beso apasionado y juntas de la mano se dirigen hacia la salida.
Por Pilar Martínez Hidalgo

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